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Perseguidos - Capítulo 10
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Después de descartar las dos primeras cuevas por ser demasiado pequeñas, Obi-Wan y Padmé hallaron una gruta que parecía adentrarse profundamente en la roca. Habían estado a punto de pasarla por alto, pues la entrada estaba medio oculta por las formaciones rocosas que la rodeaban. Pero eso era otro punto a su favor, dado que lo que pretendían era, precisamente, esconderse. La abertura era estrecha y baja, tanto que tuvieron que entrar a gatas, pero a los pocos metros el pasillo se ensanchaba y el techo se elevaba lo suficiente como para ponerse en pie cómodamente
La oscuridad que reinaba allí era total, a pesar de que afuera era apenas media tarde. Obi-Wan activó su sable láser a modo de improvisada antorcha, y aunque su suave resplandor azulado no alumbraba muy lejos, al menos les permitía ver dónde ponían los pies.
- ¿Crees que es segura?- preguntó Padmé, caminando justo detrás de Obi-Wan.
- No percibo ninguna amenaza- contestó él.
- ¿Eso es un sí?
- Más o menos.
- Ah.
Los sentidos de Obi-Wan habían demostrado ser bastante fiables a ese respecto, de modo que Padmé se sentía inclinada a confiar en él. Y al parecer tenía razón, porque no encontraron indicios de la presencia de animales salvajes, ni ninguna otra señal de peligro.
Al cabo de unos sesenta o setenta metros de caminar por aquel pasillo, la cueva se abría en una amplia sala, excavada por el agua en la roca viva. El techo, plagado de estalagmitas, se elevaba al menos cinco metros sobre sus cabezas, tan alto que apenas podían verlo con el tenue brillo del sable láser.
La gruta era de una belleza indescriptible. El paso de las corrientes subterráneas la había moldeado con formas caprichosas, y sus paredes reflejaban la luz azulada en una miríada de destellos. Al observarlas más de cerca vieron que la roca estaba cubierta de diminutos depósitos de sales minerales cristalizados, que probablemente se habían ido adhiriendo a ella durante siglos, y que brillaban como joyas.
- Es preciosa- susurró Padmé, casi sin aliento, mirando a su alrededor maravillada.
- Sí- respondió Obi-Wan, igualmente sobrecogido.
Se adentraron en la gruta para explorarla. Allí no había tanta oscuridad como en la entrada, y Obi-Wan desactivó el sable de luz, que ya no era necesario. Desperdigadas por distintos puntos de la gruta había pequeñas lagunas de agua cristalina que emitían una suave luminiscencia. Los dos compañeros se acercaron a una de las más grandes, de unos dos metros de diámetro, y la examinaron con curiosidad. El fondo se veía claramente, y aunque hacia el centro su profundidad aumentaba un poco, no parecía ser demasiado honda.
- Estas cuevas deben de estar comunicadas con el exterior, con el río- reflexionó Obi-Wan-. De ahí procede la luz. El agua la conduce y los cristales que cubren la roca la reflejan.
De pronto, se quedó mirando la superficie de la laguna con más atención y su expresión cambió, como si se le acabara de ocurrir una idea. Se agachó e introdujo una mano en el agua. Entonces volvió el rostro hacia Padmé, luciendo su particular media sonrisa.
- ¿No dijiste que querías agua caliente?- le dijo.
La joven tardó varios segundos en darse cuenta de que él había hablado, distraída por el modo en que el reflejo del agua intensificaba el color de los ojos del jedi hasta un azul casi imposible. Cuando las palabras de Obi-Wan consiguieron traspasar por fin la neblina de su cerebro y se dio cuenta de que se había quedado mirándole embobada, enrojeció hasta las orejas, rogando porque la luz que emanaba del agua no fuera suficiente para que él lo viera.
Carraspeando para despejar su garganta, que de pronto se le había quedado seca, la senadora se arrodilló al lado de Obi-Wan. Evitó por todos los medios mirarle a la cara, temiendo encontrarse con la prueba de que él había notado su turbación, y fingió concentrarse en el maravilloso descubrimiento de aquellas termas naturales. Al agacharse de dio cuenta de que desde la superficie ascendían leves ondas de vapor que antes no había advertido. Probó la temperatura del agua con la mano, y la sintió deliciosa. La verdad era que la idea de poder librarse del barro y el sudor, y darse un baño de verdad en agua caliente, le parecía un sueño. Una amplia sonrisa surgió en su rostro al pensarlo.
- Parece que al final te las has arreglado para traerme a un palacio, después de todo- murmuró la joven en voz baja, contemplando la belleza que les rodeaba pero todavía sin mirarle a él.
- Tú no te mereces otra cosa.
La réplica de Obi-Wan pretendía ser desenfadada, pero no pudo evitar que la voz le saliera cargada de emoción al decirlo, y a Padmé no se le escapó. Se volvió y su mirada quedó atrapada en la de él, como hipnotizada. Sintió que la recorría una corriente eléctrica de arriba abajo, y cientos de alarmas saltaron a la vez en su cerebro, advirtiéndole de que estaba al borde del precipicio. Pero era incapaz de moverse o apartar los ojos, y al parecer a Obi-Wan le sucedía lo mismo, porque estaba tan quieto como ella y la miraba con una expresión cercana al pánico.
Al fin, él carraspeó y bajó la vista, rompiendo el hilo invisible que los mantenía petrificados.
- Si quieres, te dejaré sola para que puedas bañarte- dijo apresuradamente, poniéndose en pie-. Yo… iré a buscar leña para que podamos encender un fuego esta noche y… también para ocultar la entrada. Volveré dentro de un rato.
El jedi salió de la gruta como si le persiguiera un rancor furioso, sin que Padmé alcanzara ni a responderle. De todas formas estaba demasiado aturdida como para haber elaborado una frase coherente, y se alegró de que Obi-Wan la hubiera dejado sola. Necesitaba poner en orden sus pensamientos, pero eso era algo que no podía hacer con él presente.
Se había dado cuenta, estaba claro. Por eso se había marchado de aquella forma. Había visto cómo ella le miraba, la adoración que seguramente no había podido ocultar, y se había sentido horrorizado. Padmé enterró el rostro entre las manos y quiso llorar de vergüenza por su estupidez.
Sin embargo, cuanto más revivía la escena en su mente, más dudas le surgían. No estaba segura, pero había creído ver en la expresión de Obi-Wan algo parecido a lo que ella misma estaba sintiendo. No estaba familiarizada con las miradas de deseo de los hombres, puesto que en sus años como reina, las pesadas ropas oficiales y el maquillaje ceremonial la habían mantenido oculta a sus ojos. Pero no era una completa inocente. La política era un duro oficio, que requería un conocimiento profundo del comportamiento de las personas, y tanto sus estudios como la experiencia se lo habían concedido con creces. Tal vez la precipitada marcha de Obi-Wan no tuviera que ver con el espanto, sino todo lo contrario.
Cayó en la cuenta de que estaba sonriendo, y ni siquiera había notado cuándo lo había hecho. La felicidad que la inundaba ante la posibilidad de que Obi-Wan se sintiera atraído por ella fue tan grande que le preocupó. Aquello era una locura, pensó, mientras se ponía en pie y comenzaba a pasearse nerviosamente por el borde de la laguna. Él era un caballero jedi, tenía un compromiso muy serio con su orden. Y en cuanto a ella, mientras continuara siendo senadora, tampoco era libre para tener vida propia. Se debía a su cargo. Ninguno de los dos podía permitirse el lujo de entablar una relación. No debía dejarse encandilar por él, tanto si el hombre sentía lo mismo como si no.
Meneó la cabeza, diciéndose que en vez de perder el tiempo dándole vueltas a un problema que no tenía solución, mejor sería que lo aprovechase para bañarse. Se quitó la ropa, y mientras lo hacía no pudo evitar sentir un perverso placer ante la idea de estar desnuda mientras Obi-Wan rondaba por allí cerca. Por supuesto, sabía que él jamás la espiaría, pero aun así, se sentía atrevida y provocativa, aunque le avergonzara admitirlo incluso ante sí misma.
Se introdujo en la laguna despacio, saboreando la calidez del agua a medida que se sumergía. Estaba a la temperatura justa, lo bastante caliente como para reconfortar a sus doloridos músculos pero no tanto como para que quemara. A falta de jabón con que restregarse, deslizó las manos por sus cansados miembros, intentando relajarlos. Pero la imagen de Obi-Wan volvía a su mente una y otra vez, sin darle tregua, haciendo que se preguntara cómo se sentiría si fuesen las manos de él quienes la estuvieran acariciando en vez de las propias. La idea le provocó un súbito ardor en el vientre, y una corriente de deseo la recorrió desde la cabeza a los pies, dejándola débil y temblorosa.
Que aún conservara la virginidad no significaba que Padmé fuese totalmente ajena al placer físico. Había compartido algún que otro juego con uno o dos compañeros de la escuela, y por otra parte tampoco existía ninguna norma en contra de que ella misma pudiera aliviar las necesidades de su cuerpo. Pero jamás había reaccionado con tanta intensidad ante ninguna fantasía. Ningún hombre la había hecho sentirse así en toda su vida.
Apartó las manos de su piel como si se hubiese quemado. Echó la cabeza hacia atrás, apoyándola en la roca, y cerró los ojos. Aquello se le estaba escapando de las manos. Una cosa era sentir una especie de fascinación infantil por el héroe que le había salvado la vida, y otra muy distinta esta necesidad de él que la consumía en aquel momento. Aquello era algo más profundo. Se había enamorado de Obi-Wan Kenobi.
Una parte de su cerebro intentaba todavía razonar, decirse a sí misma que eso era imposible, que no se podía llegar a amar a alguien en tan sólo dos días. Además, ella nunca se había enamorado de verdad, y por lo tanto no podía saber si era realmente amor o una simple ofuscación pasajera. Pero instintivamente sabía que era cierto. No necesitaba haber experimentado antes esa emoción para reconocerla. Negarlo no tenía sentido, por mucho miedo que le diera admitirlo.
Lo amaba. Y estaba sola con él en aquel planeta apartado del universo civilizado. ¿Y si él también sentía algo por ella? Sólo pensarlo le provocó una irracional oleada de felicidad, pero tan sólo se permitió saborearla un segundo antes de aplastarla con determinación e interrumpir esa línea de pensamiento. Aquello no podía ser. Sabía bien que en su vida, el romanticismo era algo que estaba relegado tan sólo al terreno de los sueños. Su realidad era que tenía una responsabilidad hacia el pueblo que la había elegido como su representante, y que por respeto a esas personas debía olvidarse de todo aquello. Tenía que luchar contra sus sentimientos hasta ahogarlos. Ya tendría ocasión de enamorarse cuando su deber estuviese cumplido. Aunque, desde luego, no de un jedi. Obi-Wan estaba tan a su alcance como las lunas de Naboo.
Sí, eso era lo que dictaba la lógica. Pero una pregunta le quemaba en el fondo de la mente, impidiéndole aceptar sin más ese razonamiento. ¿Y si nunca encontraba a un hombre que le hiciera sentir lo que sentía cuando estaba junto a Obi-Wan? Podría pasar el resto de sus días esperando en vano que el amor volviera a aparecer con la misma fuerza, y entonces, ¿qué? La asaltó una visión de sí misma varios años mayor, convertida en una mujer amargada y solitaria, lamentándose por lo que pudo ser y no fue. La idea la llenó de una tristeza indescriptible, al considerar que tal vez nunca llegara a conocer lo que era la verdadera pasión.
De pronto, su melancolía se transformó en rabia. ¿Por qué tenía que ser así? ¿Por qué tenía que sacrificar su condición de mujer para servir a su pueblo? Durante seis años había sido la reina, y ahora que esperaba poder apartarse de la política y llevar una vida normal, la habían nombrado senadora. ¡Tenía veinte años, por todas las estrellas de la galaxia! ¿Qué pasaría si después de su primera rotación en el Senado, los Naboo querían que siguiera en el cargo? ¿Cuándo iba a empezar a vivir?
Sin embargo, su furia no tardó en venirse abajo. Por mucho que se rebelara algunas veces contra la carga de sus obligaciones, lo cierto era que amaba su planeta con todas sus fuerzas, y servir a su pueblo era un honor y un privilegio para ella. No faltaría a su deber, eso lo sabía con certeza. Aunque para ello tuviera que renunciar a sus más profundos anhelos. Emitió un suspiro triste y se hundió un poco más en el agua caliente.
***
Obi-Wan regresó a la cueva una hora después, cargado con un haz de leña y dos animalillos parecidos a ardillas, que había cazado para la cena. Comer algo de carne les vendría bien para variar, aunque a juzgar por el aspecto de sus presas, no darían para mucho. Pero eso daba igual. Sólo se había entretenido en atraparlas para poder apartar sus pensamientos de Padmé, al menos el tiempo suficiente como para calmar el deseo que le agarrotaba el cuerpo.
Las cosas estaban yendo demasiado lejos. La famosa serenidad que dictaba el Código Jedi, y que él se había esforzado por lograr durante toda su vida, se había ido al infierno. Estar tan cerca de ella le hacía sentirse eufórico y nervioso al mismo tiempo.
No entendía lo que le estaba pasando. De acuerdo, Padmé era una mujer muy hermosa, y se sentía físicamente atraído por ella. ¿Y qué? No era la primera vez que le ocurría. ¿Qué tenía ella de especial para que le estuviera costando tanto mantener el control?
Pero le costaba, eso era un hecho. No recordaba que ninguna mujer hubiera sido capaz de despertar en él un deseo tan poderoso, casi incontenible. Y, siendo honrado consigo mismo, tenía que admitir que ella no sólo le atraía a nivel físico. Admiraba su carácter, su ingenio, su sentido del humor, su valentía y su entereza. No se trataba sólo de sexo. Le encantaba la sensación que le invadía cuando estaba junto a Padmé, ya fuera hablando o simplemente caminando en silencio uno junto al otro. Y adoraba mirarla. A veces le resultaba casi imposible apartar los ojos de ella.
Sabía que ése era un camino arriesgado. Como jedi, no podía permitirse establecer un vínculo emocional con ella, no debía acercarse personalmente. Sin embargo, ¿cómo evitar sentirse cerca de Padmé en las circunstancias en que se encontraban? En aquel planeta, sólo se tenían el uno al otro para poder sobrevivir. Y además, las terribles experiencias que la joven había sufrido en los últimos días le recordaban demasiado a ciertas cosas que él había soportado en carne propia tiempo atrás, por lo que era natural que simpatizara con ella.
Pero, ¿sólo se trataba de eso? ¿Era tan sólo una pasión surgida de la tensión del momento, o había algo más?
Si fuese así, las posibles consecuencias eran tan graves que no quería ni pensar en ellas. La pasión era una emoción muy peligrosa para un jedi. Obi-Wan lo había visto antes, sabía cómo esos sentimientos podían ser utilizados para arrebatarle al jedi su equilibrio, y atraerle hacia el lado oscuro. Bastaba con herir al ser amado. Ésa era la razón por la que a los jedi se les apartaba de sus familias y se les prohibía casarse, porque cualquiera de sus múltiples enemigos podría utilizar a sus seres queridos en su contra.
Sacudió la cabeza. Empezar a pensar en Padmé como un "ser querido" no era una buena idea. Mejor sería concentrarse en no permitir que las cosas llegaran más lejos de lo que ya habían ido. Tendría que mantener sus sentimientos bajo control, como fuese.
Era más fácil decirlo que hacerlo, pensó con un suspiro. Podía conseguirlo sin dificultad mientras huían por el bosque o la defendía de los piratas, pues en esos momentos se concentraba en la tarea de ponerla a salvo. Pero en aquella cueva… no sabía cómo iba a sobrevivir a aquella noche.
Se arrodilló, introduciéndose con esfuerzo por el pasillo de roca, pero se quedó en la entrada para dedicarse a camuflar la abertura con ramas y hojas. Empleó mucho más tiempo del necesario en ello, sólo para asegurarse de que Padmé estaría ya vestida cuando él volviese. No es que temiera caer en la tentación de mirarla, su honor estaba por encima de eso. Pero era mejor ahorrarse la tortura. Y mantener la mente ocupada, de paso.
Cuando finalmente se decidió a entrar en la gruta de las lagunas, ya casi anochecía. El interior de la cueva todavía estaba tenuemente iluminado por el resplandor del agua, pero su brillo era mucho más débil. Encontró a Padmé esperándole, sentada sobre una piedra plana, cerca del borde del estanque de piedra donde se había bañado.
- Por fin- dijo la joven mientras se levantaba, y la ansiedad era evidente en su rostro-. Ya empezaba a preocuparme.
- Lo siento- respondió Obi-Wan, tratando de mantener una expresión de inocencia más o menos convincente-. Me he entretenido cazando nuestra cena.
Levantó la mano en que llevaba sus dos presas, con una sonrisa triunfal. No esperaba que a Padmé le entusiasmaran demasiado aquellos dos esmirriados animalillos, pero para su sorpresa, a ella se le iluminó el rostro como si se tratara del manjar más exquisito.
- Oh, cielos…- murmuró, admirada-… no puedo creer que hayas traído carne para cenar. Esto es maravilloso.
La alegría de ella le conmovió profundamente. Muy hambrienta tenía que sentirse para que aquella especie de ardillas deshidratadas le parecieran apetecibles. Y al mismo tiempo, el entusiasmo de su recibimiento le provocó una satisfacción absurda, totalmente primitiva, el orgullo masculino del cazador que regresa a casa con la pieza cobrada. Preocupado por las implicaciones de aquel pensamiento, se obligó a apartarlo de su mente.
- Encenderé un fuego para que podamos cocinarlos.
- No, déjalo, es mejor que no te entretengas en eso- contestó ella-. Ya casi ha anochecido, y deberías aprovechar lo que queda de luz para poder bañarte tú también. Dentro de un rato no serás capaz de ver ni tus propias manos aquí dentro.
- Razón de más para encender una hoguera, ¿no crees?- argumentó él.
- Te diré lo que haremos- dijo Padmé-. Yo cogeré la leña y encenderé un fuego en el túnel por el que hemos entrado. Mientras tanto, tú te quedas aquí y te bañas. ¿Te parece bien?
El jedi la miró con aire dubitativo- No estoy seguro, yo…
- Obi-Wan- le interrumpió Padmé-, este suelo es demasiado irregular para que podamos dormir aquí, así que tendremos que colocar la hoguera en el túnel de todas formas. ¿Qué pasa, no te fías de mi capacidad para preparar un fuego decente? ¿Crees que voy a incendiar la caverna?
- La roca no arde- respondió él, y en sus labios comenzaba a formarse una sonrisa.
- Pues más a mi favor, entonces- y dando la conversación por terminada, la joven se agachó para recoger la leña y los animales cazados.
Obi-Wan la dejó hacer, demasiado cansado para seguir protestando. La verdad era que le apetecía enormemente darse un baño y relajarse un poco. Y presentía que en aquella cueva estaban a salvo, al menos de momento. Quizá no fuera tan mala idea. En cuanto la vio desaparecer por el recodo del túnel, se deshizo de sus ropas y se metió en el estanque.
Padmé se afanó en la tarea de preparar la hoguera, haciendo un esfuerzo por no prestar atención a los sonidos que llegaban desde el interior de la gruta. Era bastante difícil concentrarse en apilar leña mientras oía el rumor del agua al chocar suavemente contra el cuerpo de Obi-Wan, y su imaginación no estaba colaborando. Muy al contrario, se dedicaba a ilustrar el sonido con vívidas imágenes de agua resbalando sobre los trabajados músculos del hombre, haciendo brillar su piel y oscureciéndole el pelo hasta darle el color del trigo maduro.
Se detuvo en su empeño de acomodar ramas secas y cerró los ojos con fuerza. Tenía que controlarse. Lo único que estaba consiguiendo era hacerlo más difícil, al seguir con esas tonterías. No debía olvidar que era un jedi, y como tal podía intuir los sentimientos de la gente. ¿Qué pasaría si Obi-Wan se diera cuenta de lo que ella estaba pensando? ¿Cómo demonios iba a poder mirarle a la cara, y menos aún dormir a su lado?
no subject
Pero... ¡la tensión está al tope! Algo es algo.
Es más, como soy así que recontramil mala y aprovechadora y no tengo muchos escrúpulas y bla, bla, bla, en cuanto llegue a casa esta tarde (como en unas 9 horas más), me sentaré ante mi notebook y simplemente buscaré el correspondiente capítulo para leerlo. Publicado aquí o no.
¿Qué tal ese derroche de rebeldía? Digno de Hermione y todo.
Porque soy bien macha y me la aguanto nomás.
¡Cómo me gusta Obi-Wan! Porque incluso el insulso de George Lucas logró mostrarnos, a pesar de que sólo lo hizo como si se tratara de una insinuación, a este hombre que vos escribís.
Lamento que Padme no fuera lo suficientemente madura, en la historia de George, como para ver la diferencia entre un hombre y un crío.
¿Por qué rayos George no tuvo mente femenina e hizo que Padme criara a sus hijos con Obi-Wan, en lugar de matarla?
Respuesta: porque no le da el cerebro para pensar algo así.
Tendría que haberme preguntado a mí, o a vos, o a Carol.
Estoy segura que le salíamos con una línea argumental totalmente diferente (como mi idea del Ministerio y Harry y los Dursley)
En fin... que ando desbarrando demasiado.
¡QUE BUENO ESTA ESTO!
¿Recibiste mi mail?
Besos
no subject
Y como estoy tan impresionada, me voy a poner firme y subir el próximo capítulo lo antes posible. Incluso hoy mismo, si mis niños me dejan.
Recibí tu mail.
Besos y mil gracias por los ánimos.
no subject
Ah, otra cosa antes de seguir *que me muero de impaciencia por irme al siguiente*: El derroche de rebeldía de m_enia me ha hecho reir de verdad :-) Dice: ¿Por qué rayos George no tuvo mente femenina e hizo que Padme criara a sus hijos con Obi-Wan, en lugar de matarla?
Respuesta: porque no le da el cerebro para pensar algo así. ¡Concuerdo totalmente!... Lucas será un genio del cine, pero desaprovechar así a este par de personajes no se vale.
*Sigo leyendo ^^*
no subject
Pero en fin, como diría Sheldon Cooper, "No pienso ver la película de las Clone Wars antes de haber visto la serie. Prefiero que George Lucas me decepcione en el orden en que tenía previsto hacerlo". Él nos tortura y nosotros le seguimos queriendo igual.
¡Muchas gracias por seguir leyendo!
Besos.