apocrypha73: (SW_obidala)
[personal profile] apocrypha73
Llegamos al final. Si hay alguien que lo haya estado leyendo o lo piense leer ahora que está completo, muchas gracias por el interés y por la paciencia.
Por cierto, creo que será mejor avisaros de que no hay un final feliz aquí. Ya, lo sé, a mí también me gustan más las historias que acaban bien, pero en este caso tenía que elegir entre eso y la coherencia narrativa, y... qué queréis que os diga. Es la única norma absolutamente sagrada para mí. Me chirrían los dientes cuando en un relato que estoy leyendo se sacan de pronto de la manga giros absurdos para forzar que las cosas lleguen a un sitio determinado, así que cuando escribo, trato de evitar eso tanto como puedo. Y en este caso, amigos, estaba cantado.

Anakin cerró la puerta de su camarote tras de sí, y echó a andar por el pasillo en dirección a la cabina. Ya había aguantado encerrado en aquel cubículo todo el tiempo que era capaz, y sólo esperaba que a Qui-Gon le pareciese suficiente. En cualquier caso, no estaba dispuesto a permanecer ni un segundo más allí, sin nada que hacer.

Lo había intentado, de verdad. Había tratado de descansar, como Qui-Gon le había ordenado. Pero, ¿cómo iba a dormir después de todo lo que había pasado? Nada más tumbarse en el estrecho catre, el precioso rostro de Padmé le había vuelto a la mente, inundando por completo sus pensamientos. Y pensar que ella estaba tan cerca, justo al otro lado de la pared, después de tantos años soñando con volver a verla…

¡Qué hermosa estaba! Parecía imposible que pudiera llegar a ser más bella que el recuerdo que Anakin conservaba en su corazón, pero así era. La realidad superaba con creces a sus idealizadas fantasías. Padmé se había vuelto realmente fascinante, tan segura de sí misma y llena de aplomo. Él, en cambio, continuaba sintiéndose tan torpe en casi todo… Recordó la breve conversación que habían mantenido hacía unos minutos, ante la puerta del camarote de la mujer, y se sonrojó profundamente. Se había puesto a parlotear como un idiota, hasta que ella le había insinuado educadamente que estaba muy cansada y necesitaba dormir. Anakin se había disculpado atropelladamente y la había dejado en paz, pero en cuanto se cerró la puerta tras ella se había dado una palmada en la frente, maldiciéndose por su estupidez.

Claro que Padmé era una mujer, mientras que él continuaba siendo poco más que un chiquillo. O quizá no tanto, se corrigió. Después de todo, ya había cumplido quince años, y todo el mundo decía que aparentaba más edad de la que tenía.

Y ella se había dado cuenta de lo mucho que había crecido, eso era seguro. Sonrió al recordar lo interesante que había sido poder mirarla desde arriba, y no desde abajo como la última vez que la viera. Sí, ciertamente había crecido, eso no podía negarse.

Además, Padmé había visto que era un buen jedi. Anakin la había rescatado en aquel túnel, y luego la había librado de la amenaza de Deloran. Ella le había felicitado por su habilidad como piloto, ¿no? ¡Oh, Fuerza! ¿Sería posible que Padmé llegara a mirarle alguna vez del mismo modo que él la miraba a ella? ¿Podría atreverse a soñar que sintiera algo por él, algún día?

Al final, su agitación había llegado a un punto en que le había resultado imposible permanecer quieto más tiempo.

Caminaba casi eufórico por el estrecho corredor, y se habría puesto a silbar de no ser porque le parecía impropio de la dignidad de un jedi. Entonces, al doblar la esquina, se detuvo en seco. Obi-Wan estaba a pocos metros de él, llamando a la puerta del camarote de Padmé, y no le había visto. Sin saber muy bien por qué, Anakin retrocedió y se escondió tras el recodo del pasillo, asomándose con mucho cuidado para que Obi-Wan no le viera. Por un fugaz instante, el joven pensó que espiar de aquella manera tampoco era muy apropiado para un jedi, pero todo remordimiento quedó olvidado en cuanto la puerta se abrió dejando paso a Padmé. Ninguno de los dos dijo una sola palabra, tan sólo se quedaron mirándose a los ojos. Entonces ella se arrojó en sus brazos y se besaron apasionadamente.

Anakin contempló la escena atónito, con la boca abierta de puro asombro y moviendo la cabeza negativamente. Aquello no podía ser. Simplemente no podía ser. Una bilis amarga le subió desde el estómago hasta atenazarle la garganta. Su Padmé, su adorada Padmé, a quien había idolatrado como a una diosa durante los últimos seis años, en brazos de otro hombre. Y no cualquier hombre, sino Obi-Wan Kenobi precisamente. El dolor que sintió sólo podía compararse con el que experimentara al separarse de su madre. No podía concebir que le llegara a suceder nada peor que aquello.

Estaba tan conmocionado que tardó varios segundos en darse cuenta de que había salido de detrás de su escondite y estaba ahora a plena vista, casi avanzando hacia ellos. Aterrorizado ante la idea de que le descubrieran contemplando aquella escena, retrocedió a trompicones, echando a correr hasta su habitación. Le daba igual el sonido que hacían las pisadas de sus botas sobre el suelo metálico. Al fin y al cabo, dudaba que ni Padmé ni Obi-Wan fueran capaces de percibir nada de lo que ocurría a su alrededor en aquel momento.

Cerró la puerta tras de sí y se apoyó en ella, respirando agitadamente y luchando contra las lágrimas que le escocían en los ojos. La imagen que acababa de ver se repetía en su mente una y otra vez, haciendo que su rabia y su dolor se multiplicaran a cada segundo que pasaba. Se aseguró de que sus escudos mentales estuvieran firmemente en su sitio, aunque por suerte Qui-Gon tenía la mente ocupada con el pilotaje de la nave y probablemente no habría notado nada, pero era mejor no arriesgarse. No quería que su maestro se percatara de su estado de agitación y fuera a ver qué le pasaba. No deseaba hablar de lo que sentía con nadie, y menos con Qui-Gon. Aquello era demasiado personal.

Padmé y Obi-Wan… sólo de pensarlo se ponía enfermo. Se deslizó hasta el suelo, abatido, y se quedó allí sentado con la espalda apoyada contra la puerta. ¡Maldito Obi-Wan! Todo ese tiempo a solas con ella, supuestamente protegiéndola, y en realidad se había aprovechado de la situación para seducirla con sus aires de gran jedi y su refinada forma de hablar. Sí, eso era. Padmé era demasiado perfecta, demasiado pura, para que hubiera ocurrido de otro modo. Pero que se hubiera dejado engatusar por él, como si fuera una de esas estudiantes del Templo que se sonrojaban y se deshacían en risitas estúpidas cada vez que Obi-Wan les daba una clase,… no podía expresar con palabras lo decepcionado que se sentía. Pero claro, ella era inocente y vulnerable. Todo era culpa de Obi-Wan. No le bastaba con acaparar el cariño y el respeto de Qui-Gon hasta un punto al que él jamás podría llegar. También tenía que arrebatarle su sueño más preciado.

¡Maldito fuese, una y mil veces! Le odiaba con todas sus fuerzas, y en aquel momento le daba igual todo lo que sus maestros habían intentado enseñarle acerca de liberar su ira. No quería liberarse de aquel sentimiento. Mejor el odio que el dolor. El odio le daba fuerzas, le distraía de su pena, le proporcionaba algo en lo que concentrarse para no seguir recordando la imagen de aquel beso que acababa de presenciar. ¿Por qué iba a querer deshacerse de todo eso?

Lo único que realmente quería era devolver el golpe. Y quizá, algún día, lo haría.

 

 

 

Fue Obi-Wan quien puso punto final al beso. Sosteniendo dulcemente el rostro de Padmé entre las manos, separó sus labios de los de ella y la miró a los ojos. No había lágrimas en los de la mujer, pero sí una mezcla de tristeza y resignación que hizo que el corazón del jedi se encogiera. Con todo, había en ella una serenidad que Obi-Wan no había esperado encontrar. Parecía haber aceptado la inevitabilidad de su separación con una entereza que a él, por momentos, sentía que se le escapaba.

- ¿Cuánto falta?- susurró ella mirándole con intensidad, como si estuviera tratando de aprenderse su rostro de memoria para recordarlo en las miles de noches solitarias que estaban por venir.

- Llegaremos a Coruscant dentro de unas cuatro horas, más o menos- respondió Obi-Wan, también en voz baja-. Qui-Gon ha enviado un mensaje al Templo y ellos han avisado al Senado. Te estarán esperando cuando lleguemos.

Padmé asintió con la cabeza. Luego tomó a Obi-Wan de la mano y tiró suavemente de él hacia el interior del camarote. El jedi la observó mientras cerraba la puerta, en silencio y con movimientos lentos, como si cada uno de ellos formara parte de una solemne ceremonia que sólo ella entendía. Padmé se había duchado, y había cambiado el destrozado uniforme de la guardia real de Naboo por uno de los trajes de viaje azules de la Vigilante. Pero era evidente que no había podido dormir. Su rostro, aunque hermoso como siempre, seguía mostrando signos de cansancio.

Obi-Wan suspiró. Había acudido allí para poder hablar con ella en privado mientras aún les fuese posible. Tenían muchas cosas que aclarar antes de llegar a Coruscant. Todo había sido tan repentino… La llegada de Qui-Gon y Anakin había resultado providencial, pero al mismo tiempo no podía haber sido más inoportuna. ¡Sólo habían tenido una noche, diablos! ¡Una noche en medio de toda una vida! Aunque los dos fueran conscientes de que su unión era temporal, que no podrían disfrutarla mucho tiempo, no estaban preparados para que fuese tan poco.

Sin embargo, ahora frente a Padmé, le pareció que las palabras estaban fuera de lugar. En la mirada triste pero serena de la mujer pudo ver que ella estaba sufriendo tanto como él, pero a pesar de ello no se arrepentía de la decisión que había tomado. No tenía sentido repetir en voz alta las razones por las que no podían seguir juntos, porque ni ella ni él las habían olvidado. La joven tenía la cabeza bien alta y los hombros erguidos, en una pose firme y digna que parecía querer decir: “No voy a echarme atrás ahora que vienen los momentos difíciles. Mantengo todo cuanto dije anoche, y no espero de ti una solución mágica que me lo evite”.

En ese instante Obi-Wan la amó más de lo que podía imaginar que sería posible. La amó por su fortaleza y por su valor, y por devolverle a él la voluntad que ya había empezado a flaquearle cuando emprendió el camino hacia su camarote. No se había dado cuenta hasta ese momento, pero supo que si ella se lo hubiese pedido, él habría sido capaz de abandonarlo todo, aunque a la larga eso les hubiera destruido a los dos. Pero Padmé no había cedido, y con ello les había salvado a ambos. Obi-Wan se moría por decirle cuánto la quería, pero sabía que eso habría sido mucho más cruel, de modo que guardó silencio y se limitó a cogerla de ambas manos para llevárselas a los labios.

Padmé se relajó un poco al notar que Obi-Wan desistía de hablar. Por un momento había visto en sus ojos el impulso de decir algo que ella no quería oír, que no podría soportar oír, y se había sentido aterrada. Sabía que si él le decía que la amaba, toda su resolución se desmoronaría y no sería capaz de decirle adiós, no importaba cuál fuese el precio a pagar. Y no podía permitir que eso ocurriese, porque el precio eran las vidas de los dos.

Pero por fortuna, él lo había entendido. Si Obi-Wan la ayudaba, si podía contar con su fuerza además de la propia, tal vez sería capaz de hacerlo. De momento, lo único que quería era estar cerca de él durante el tiempo que les quedase.

Sin soltar sus manos de las del hombre, tiró suavemente de él para conducirle hasta el lecho. Obi-Wan se sentó en la cabecera y abrió los brazos para que ella se acomodara contra su pecho, lo cual Padmé hizo encogiendo las piernas sobre la cama, como una niña. Obi-Wan la rodeó tiernamente con sus brazos y ella dejó descansar la cabeza sobre su hombro. Ninguno de los dos dijo una sola palabra, pero no era necesario. Todo lo que necesitaban decirse el uno al otro, ya lo sabían. Sólo les quedaba el escaso consuelo de aquella proximidad que aún podían compartir, en las exiguas horas que les quedaban hasta regresar a Coruscant, y al mundo real.

Al cabo de un rato, Padmé empezó a llorar en silencio. Y no mucho después, Obi-Wan se le unió.

 

 

 

La Vigilante se posó con un fuerte zumbido sobre la plataforma de aterrizaje, agitando con su estela los ropajes de los altos dignatarios que esperaban, formando un semicírculo, en la zona de desembarco. En el interior de cabina, por el contrario, reinaba un silencio tan profundo y tenso que resultaba ensordecedor, sólo que ninguno de sus ocupantes parecía darse cuenta.

Anakin pilotaba de nuevo, con el ceño fruncido y sin mirar a ningún otro punto que no fuese la consola del ordenador. Desde que Qui-Gon fuera a buscarlo a su camarote para encargarle que volviera a tomar los mandos, había mantenido un gesto huraño en el rostro y un empecinado mutismo. Su maestro había achacado su actitud a que todavía estaba resentido con él por enviarle a descansar cuando obviamente no lo necesitaba. Pero Qui-Gon estaba demasiado preocupado por Obi-Wan para regañar a su padawan. Más tarde, cuando estuvieran tranquilos de vuelta en el Templo, buscaría tiempo para tener una charla con Anakin acerca del orgullo.

Sentados tras ellos, Padmé y Obi-Wan también callaban, agudamente conscientes el uno del otro aunque no se mirasen en ningún momento. Tan sólo hacía unos minutos que se habían unido a sus compañeros en la cabina de mando, cuando la nave había salido del hiperespacio. Desde entonces, se habían limitado a contemplar cómo la imponente masa de Coruscant, con su alfombra de luces que cubría toda la superficie del planeta, se hacía cada vez más grande frente a ellos, como un monstruo que estuviese a punto de engullirles.

Los motores de la nave guardaron silencio por fin. Sin mediar palabra, los cuatro desabrocharon sus cinturones de seguridad y se dispusieron a desembarcar. Instintivamente, Obi-Wan llevó su mano hacia el codo de Padmé para dejarla pasar frente a él, y en cuanto se rozaron comprobó que había sido un error. El contacto le traspasó como una corriente eléctrica, y ella alzó la vista de repente para clavarla en sus ojos. Se sostuvieron la mirada unos momentos, petrificados, y cada uno vio en la del otro un dolor que igualaba al suyo. No se movieron hasta que Qui-Gon, disimuladamente, tocó a Obi-Wan en el hombro y rompió el hechizo. Los dos se volvieron para mirarle durante un segundo, como si les sorprendiera encontrar allí a alguien más. Después, girándose, echaron a andar hacia la escotilla. Ninguno de los tres pareció darse cuenta del modo en que Anakin había observado toda la escena, ni del ánimo sombrío que flotaba en torno a él mientras les seguía hasta la salida.

La rampa de acceso se deslizó suavemente, y los cuatro descendieron por ella hasta la plataforma. Al pisar el suelo de duracero, Padmé se detuvo en seco. Fue como si despertara de golpe. Ya estaban en Coruscant. La invadió el miedo, y por un momento quiso dar media vuelta, subir de nuevo a la nave y huir de allí. Obi-Wan pareció percibirlo, porque se giró hacia ella y la miró con dulzura, transmitiéndole la fuerza que antes ella le había proporcionarlo a él, y la mujer logró controlarse. Había llegado el momento. Y retrasarlo más sólo serviría para prolongar la agonía. Enderezando los hombros, dio un paso hacia delante.

El pequeño grupo que había estado aguardando su regreso avanzó como un solo ser al verles salir de la nave. La doncella Dormé y un hombre vestido con el uniforme de capitán de la guardia de Naboo se adelantaron al resto, y la mujer abrazó a Padmé entre lágrimas.

- ¡Oh, milady, gracias a los dioses!- exclamó-. ¡Ya está en casa! ¡Está a salvo!

“¿Lo estoy?”, pensó Padmé, sintiendo la presencia de Obi-Wan a su lado con agudeza, pero a la vez tan fuera de su alcance como si se hallara al otro extremo de la galaxia. “¿Realmente estoy en casa?”. Sin embargo no dijo nada, y devolvió el abrazo de su asistente con todo el cariño que supo reunir.

- Nos temíamos lo peor- añadió el capitán con voz temblorosa.

- Estoy bien- respondió Padmé, agradecida-. De verdad, estoy bien. No os preocupéis.

- Y eso debemos agradecerlo, sin duda, a la habilidad y eficacia de los jedi- dijo una alegre voz a sus espaldas. Todas las miradas se volvieron hacia el canciller Palpatine, quien había pronunciado estas palabras. Dormé y el capitán se hicieron a un lado, dejando que el anciano se acercase hasta la senadora.

- Milady, no sabéis el infierno que han sido para todos nosotros estos días- continuó diciendo, mientras cogía una de las manos de Padmé entre las suyas y la apretaba con afecto-. No tengo palabras para expresar cuánto me alegro de volver a veros sana y salva.

- Y también a vosotros tres- dijo Mace Windu, acercándose hasta donde Obi-Wan, Qui-Gon y Anakin permanecían de pie en un respetuoso segundo plano. A su lado, Yoda caminaba renqueante, apoyado en su sempiterno bastón. Los tres jedi saludaron a los dos grandes maestros con una inclinación.

- Por supuesto- apostilló el canciller, dirigiendo su atención hacia ellos-. Caballeros, me considero personalmente en deuda con ustedes por haber salvado la vida de la senadora. No sabría cómo agradecérselo.

- No es necesario, canciller- respondió Qui-Gon cortésmente-. La seguridad de la senadora Amidala es tan importante para nosotros como para usted, y sólo quisiéramos haber podido hacer algo más por ayudarla, descubriendo quién planificó este ataque contra ella. Pero, lamentablemente, no ha sido posible.

Palpatine desechó su disculpa con un gesto amable.

- Mi querido Maestro Qui-Gon, eso es algo insignificante en comparación con la vida de nuestra Amidala. Pero, si no les importa, tendremos que dejar los detalles de la misión para otro momento. Ahora, creo que lo mejor será llevar a la senadora a casa para que pueda recuperarse de todo esto.

- Desde luego- admitió Qui-Gon, con una inclinación de cabeza. El capitán de la guardia hizo una seña, y un speeder de gran tamaño, pintado con los colores del estandarte de Naboo, se aproximó a la plataforma. Padmé suspiró y se preparó mentalmente. Entonces se volvió y caminó hacia los tres jedi que habían sido sus salvadores.

- Adiós, Anakin, y gracias- comenzó, extendiendo su mano hacia el padawan. El joven la aceptó con reticencia, levantando apenas la vista-. Me he alegrado mucho de volver a verte.

El chico respondió con un murmullo inteligible. Padmé se apartó de él y se detuvo delante de Qui-Gon, quien le devolvió el apretón de manos con bastante más afecto que su aprendiz.

- Maestro Qui-Gon, cada vez que nos hemos encontrado, usted ha sido una bendición para mí. Nunca podría agradecérselo lo suficiente.

- Siempre es un placer, milady, de eso podéis estar segura.

- Espero que volvamos a vernos, amigo mío.

- Yo también.

Por fin le llegó el momento de enfrentarse a Obi-Wan. Muy despacio, se separó de Qui-Gon y se acercó hasta él. Sólo necesitó dos pasos, pero le pareció que la distancia y el tiempo se estiraban hasta el infinito mientras los daba. Vio cómo su mano se extendía como si tuviese voluntad propia, sin que ella la dirigiese. Entonces Obi-Wan se la estrechó, y al sentir el roce de su palma encallecida, al notar su calidez contra su piel fría, fue como si la vida comenzara a fluir desde el cuerpo de él hacia el de Padmé, y se sintió fuerte de nuevo. Comprendió de pronto que por muy doloroso que fuese pagar el precio por aquellos momentos de felicidad, lo importante era que nadie podría arrebatárselos. Nunca. Una parte de Obi-Wan permanecería para siempre con ella. Padmé era ahora una persona distinta, porque le había conocido y le había amado. Y de igual modo, Obi-Wan tampoco sería ya el mismo, porque ella había entrado en su vida, aunque fuese brevemente.

Levantó la mirada para encontrarse con la de él y ya no vio en sus ojos desesperación ni angustia. Sólo amor, y Padmé supo que los suyos reflejaban lo mismo.

- Gracias, Obi-Wan- le dijo con suavidad-. Por todo.

- Gracias a ti- contestó él, y esbozó una sutil sonrisa que era más elocuente que cualquier discurso.

Padmé se dio la vuelta y caminó hacia el speeder sin mirar atrás, seguida por Dormé y el capitán de la guardia.

El canciller Palpatine ya les estaba esperando en el vehículo, contemplando la escena con una amplia sonrisa de satisfacción que no se molestó en intentar ocultar. ¿Para qué? Nadie en aquella plataforma sería capaz de adivinar que el motivo de su alegría no era el afortunado rescate de Amidala, sino las oleadas del Lado Oscuro de la Fuerza que, emanando de Anakin, le habían salido al encuentro en cuanto la Vigilante aterrizó. Su plan había dado resultado. No se había equivocado al apostar por el efecto que tendría en el chico cualquier intimidad que la joven Padmé y el jedi Kenobi pudieran llegar a establecer. Sí, todo se estaba desarrollando según lo previsto, y algún día aquel jovencito sería la clave para lograr sus fines. Pero los jedi no se darían cuenta de lo que ocurría hasta que les llegara su hora. Él se encargaría de nublar su percepción hasta ese momento.

En cuanto estuvieron todos sentados, el transporte arrancó y se unió al intenso tráfico de Coruscant. Obi-Wan lo estuvo siguiendo con la mirada hasta que se perdió en la distancia, sintiendo un dolor sordo en el pecho que se mezclaba con la incipiente sensación de paz que había comenzado a surgir en su interior al despedirse de Padmé. Era consciente de la presencia de los otros jedi junto a él, y sabía que ni a Yoda ni a Mace les había pasado inadvertido el motivo de su reticencia a moverse. Pero eso no le inquietaba. No percibía ningún reproche por su parte, sólo comprensión, y aceptación. Estaban esperando a que estuviese listo, pero no tenían prisa.

Al fin, cuando el speeder quedó convertido en un punto minúsculo, indistinguible entre la marea de vehículos que surcaban el cielo de Coruscant, Qui-Gon pasó un brazo por encima de los hombros de Obi-Wan y le dio un suave apretón. El jedi más joven se volvió hacia él, y el maestro le sonrió.

- Venga- le dijo afectuosamente-. Volvamos a casa.

 

 

 

FIN

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