Perseguidos - Capítulo 13
Mar. 31st, 2008 01:19 am![[personal profile]](https://www.dreamwidth.org/img/silk/identity/user.png)
![[profile]](https://www.dreamwidth.org/img/silk/identity/user.png)
En fin, sin más preámbulos, aquí va el penúltimo capítulo. El final, en pocos días (no lo subo hoy también para no spamearle a nadie la f-list, que queda feo).
En el exterior de la cueva, agazapado tras un árbol, Ralik Deloran hervía de furia. Se había jugado el todo por el todo esta vez, enviando a la gruta hasta el último hombre que le quedaba, convencido de que en aquella trampa sus presas no tenían escapatoria. Sin embargo, lo que parecía una encerrona perfecta se había transformado en un completo desastre en el momento en que los otros dos jedi habían aparecido. Deloran les había visto entrar en la cueva detrás de sus hombres, y la desesperación se había apoderado de él. Maldijo en silencio su mala suerte. No hacía falta ser adivino para saber cuál sería el resultado de la escaramuza.
Con la vista clavada en la entrada de la gruta y los nudillos blancos de apretar los puños con tanta fuerza, Deloran sintió el amargo sabor de la impotencia. Todo había acabado, y lo sabía. Lo único que le quedaba ahora era huir de allí antes de que los jedi salieran en su busca, abandonar el planeta y reunirse con el resto de su organización. Debía olvidarse de aquel asunto y salvar lo que pudiera, al diablo con aquella condenada senadora. Era la única opción lógica.
Pero no podía dejar las cosas de aquel modo. Jamás nadie le había humillado de aquella manera. Nunca se le había escapado una pieza, y eso lo convertía en algo personal. En un recóndito lugar de su mente, una vocecita intentaba advertirle de que eso era precisamente lo contrario de lo que había estado predicando toda su vida. Si había sobrevivido tanto tiempo en aquel negocio había sido por saber mantener la cabeza fría y los sentimientos a raya. Pero Deloran no la oyó. La furia que le embargaba era demasiado intensa para dejarle pensar en otra cosa que no fuera su deseo de venganza. Algo sí que podía hacer. Esos malditos jedi no se saldrían con la suya.
Con determinación, se apartó del árbol y subió a su motojet. Ni su misterioso cliente ni el dinero que había perdido le importaban ya. El único pensamiento que ocupaba su mente mientras arrancaba el vehículo era el de matar, y con esa idea se lanzó a toda velocidad por el camino que bordeaba el bosque.
- No está aquí- dijo Obi-Wan, poniéndose en pie tras inspeccionar el último de los cadáveres y mirando a Padmé. La joven se estremeció visiblemente, aunque ya se lo esperaba. Tanto Qui-Gon como Anakin miraron primero al uno y luego a la otra, sin comprender.
- ¿A quién te refieres?- preguntó el Maestro.
- A Ralik Deloran- contestó Obi-Wan, y vio que Qui-Gon elevaba las cejas, impresionado-. Fue su organización la que llevó a cabo el secuestro de Padmé, aunque no sabemos por orden de quién.
- Tienes muchas cosas que explicarme, por lo que veo- respondió el otro jedi-, pero tendrá que ser más tarde. Deberíamos salir de aquí cuanto antes. Siento una perturbación en la Fuerza.
- Yo también- contestaron Obi-Wan y Anakin al unísono.
- Entonces, vamos, no perdamos más tiempo.
Utilizando los sables de luz para iluminar el camino, se pusieron en marcha a toda prisa. Qui-Gon sacó de su cinturón el dispositivo de control remoto del speeder y presionó un botón. Para cuando llegaron a la salida de la cueva, ya se oía el suave zumbido del deslizador que se acercaba hasta ellos. Bajaron la ladera de la colina con rapidez, y en cuanto el vehículo se detuvo ante ellos, los cuatro subieron de un salto. Esta vez Qui-Gon permitió que Anakin se pusiera a los mandos. Necesitaban moverse deprisa.
Para llegar al lugar donde estaba oculta la Vigilante tenían que rodear media capital, bordeando las estribaciones de la cordillera que la circundaba. Se mantuvieron alerta y con las armas dispuestas todo el trayecto, aunque por fortuna no tuvieron ningún contratiempo. La habilidad de Anakin al mando del speeder les permitió recorrer la distancia en muy poco tiempo, y cuando alcanzaron su destino el sol apenas se alzaba sobre el horizonte. Qui-Gon desactivó el camuflaje de la nave mientras se acercaban a lo alto de la meseta donde la nave estaba posada, y Anakin metió el speeder en la bodega de carga sin necesidad de hacer bajar a sus pasajeros. En cuestión de segundos estuvieron listos para despegar.
A varios kilómetros de allí, en el interior de un hangar oculto bajo tierra, otra nave estaba preparando su vuelo. El calor que desprendían los motores al ponerse en marcha no era nada comparado con la ira que inundaba la sangre de su piloto. Las compuertas del hangar se abrieron con rapidez y en silencio, como si la mirada demente que brillaba en los ojos del hombre las hubiera asustado y estuvieran deseosas de apartarse de su camino. Respirando agitadamente, ciego a todo cuanto no fuese su propia rabia, Ralik Deloran empujó hacia delante la palanca de control y la nave comenzó a elevarse con un rugido sordo.
- ¡Tenemos compañía!- gritó Anakin por encima de su hombro, sin apartar del todo la vista de la pantalla del radar.
Qui-Gon, Obi-Wan y Padmé se acercaron rápidamente. Acababan de salir de la atmósfera de Zahr, aunque estaba claro que eso no iba a detener a su perseguidor.
- ¿Deloran?- preguntó Obi-Wan mientras se sentaba en el asiento del copiloto.
- ¿Quién si no?- respondió el aprendiz- ¡Abrochaos los cinturones!
Qui-Gon y Padmé apenas tuvieron tiempo de hacer caso de su advertencia antes de que la nave, guiada por las hábiles manos de Anakin, emprendiera una vertiginosa serie de giros y piruetas destinadas a despistar al pirata. Sin embargo, a pesar de la pericia del joven, Deloran se mantenía invariablemente a su cola, y ni siquiera lograban aumentar la distancia que los separaba.
- ¡No consigo deshacerme de él!- exclamó el joven, apretando los dientes en un gesto de frustración. De pronto, un insistente parpadeo en el cuadro de mandos atrajo su atención, y una expresión de alarma se dibujó en su rostro- ¡Preparaos, nos va a disparar!
- ¡Escudos deflectores al máximo!- anunció Obi-Wan mientras pulsaba una serie de interruptores.
Demostrando unos reflejos impecables, Anakin dio un brusco giro a los controles, lanzando a la nave en picado justo a tiempo para evitar que la primera descarga les alcanzara. Una incesante sucesión de disparos le siguió, obligándole a continuar con sus alocadas maniobras, girando sobre sí mismo y desplazándose a derecha e izquierda. Algunos disparos láser, a pesar de todo, rebotaron en el blindaje deflector con un chasquido sordo.
- Ahora verá ese maldito pirata- masculló Anakin entre dientes, alargando la mano para activar las armas de la nave.
- ¡No, espera!- la exclamación de Obi-Wan hizo que el joven se detuviera en seco con el brazo a medio camino del panel de mandos-. Deloran es la única pista que tenemos para esclarecer el secuestro de la senadora. Si le matas, nunca sabremos quién originó toda esta trama.
- Tenemos que encontrar un modo de esquivarle, y atraparlo si es posible- afirmó Qui-Gon con calma-. Anakin, vuelve a entrar en la atmósfera y dirígete hacia la zona montañosa del noroeste de Zalihn.
El padawan obedeció sin discutir, y se lanzó hacia la superficie del planeta con los motores a plena potencia. Un hilillo de sudor comenzó a resbalarle por la sien derecha y su rostro se contrajo en un gesto de profunda concentración. Todos sus sentidos, incluido su contacto con la Fuerza, estaban puestos en el pilotaje de la nave. Pero al cabo de un rato de vuelo temerario y espectaculares maniobras, se hizo evidente que Deloran no iba a darles ninguna opción. Anakin comenzó a preocuparse, y percibía que Obi-Wan, sentado a su lado, también pensaba lo mismo. Seguir intentando atrapar a Deloran con Padmé allí era un riesgo demasiado alto. Estaban poniendo en peligro la vida de la senadora al continuar con aquella persecución.
- Ese tipo es realmente bueno- murmuró, frustrado, tras sentir que la nave vibraba por enésima vez a causa de un nuevo disparo-. Odio admitirlo, pero no creo que pueda despistarle. Además, éste es su terreno. Lo conoce mejor que yo.
Qui-Gon y Obi-Wan intercambiaron una mirada de entendimiento. Después Obi-Wan se volvió hacia Padmé con una expresión mortalmente seria, y la mujer asintió con la cabeza.
- Adelante- dijo con firmeza-. Descubrir la verdad no nos servirá de nada estando muertos. Acaba con él, Anakin.
- Lo haré, milady- respondió el chico, hinchando el pecho de puro orgullo al oírla. No la defraudaría, desde luego que no.
Deloran esbozó una sonrisa despectiva, saboreando su triunfo de antemano. La fama de los pilotos jedi no era más que un cuento para asustar a los niños, estaba claro. No sólo se limitaban a huir sin presentar batalla, sino que además eran incapaces de despegarse de él. Apretó el gatillo con saña para disparar una nueva ráfaga, aun a sabiendas de que el blindaje de la nave probablemente la repelería, pero eso daba igual. En algún momento conseguiría alcanzar el generador del escudo, y ése sería el final de aquella maldita senadora y sus lacayos jedi. Sólo era cuestión de tiempo.
El caza que pilotaba Deloran era más pequeño que la Vigilante, así que por lógica debería ser más manejable, pero Anakin sabía que su carguero contaba con la potencia de dos motores auxiliares que aún no había utilizado. Con ese impulso adicional podría moverse tan ágilmente como un caza, o incluso más. Era una maniobra arriesgada, y tenía que ejecutarse con increíble precisión o se estrellarían. Además, tenía que confiar en que el contrabandista se dejara engañar, lo cual quizá fuera tentar a la suerte. Pero era la mejor opción que tenían.
Tecleó una serie de instrucciones en el ordenador y agarró los mandos con fuerza, preparándose para esperar al siguiente disparo del caza. Lo que pretendía utilizar era el truco más viejo de la naturaleza, pero había que hacerlo bien para que funcionara. El radar le avisó de que el caza se disponía a disparar otra vez. Anakin contó mentalmente los segundos, mientras el tiempo parecía estirarse. El silencio en el interior de la cabina sólo era interrumpido por los ocasionales sonidos procedentes del cuadro de mandos, como si los cuatro ocupantes de la nave estuvieran conteniendo la respiración, expectantes. Cuando el láser impactó una vez más sobre el blindaje, Anakin dio un brusco tirón de los mandos, haciendo que la nave diera un salto como si la hubieran alcanzado en un punto vital. El muchacho escoró la Vigilante en un ángulo pronunciado, haciendo que su vuelo parecisese errático y descontrolado. La nave comenzó a precipitarse vertiginosamente hacia las montañas.
Deloran no pudo reprimir un grito de triunfo. Uno de sus disparos había logrado penetrar el blindaje, y había alcanzado al timón. No había duda de ello, estaba claro que el piloto ya no podía controlar su rumbo. Ahora, si quería, podría limitarse a esperar y ver cómo sus enemigos morían aplastados contra la pared de roca que se alzaba ante ellos. Pero no, él no haría eso. Era mejor asegurarse. Aun con el timón dañado, un buen piloto podría, quizá, realizar alguna maniobra que en el último momento le permitiera evitar el obstáculo. Y Deloran no iba a cometer de nuevo el error de subestimar a un jedi. Además, sería mucho más satisfactorio matarles con sus propias manos, hacer explotar la nave y luego contemplar cómo se esparcían a los cuatro vientos las cenizas de sus ocupantes. Se impulsó hacia delante, acercándose peligrosamente a la estela de su objetivo, dispuesto a utilizar toda su potencia de fuego para acabar lo que había empezado. Estaba tan cerca del carguero que éste le bloqueaba por completo la visión, pero sabía que tenía que ser así para que sus disparos llevaran la fuerza necesaria para atravesar el blindaje deflector, que todavía seguía funcionando. No iba a dejar nada al azar. Con un brillo asesino en los ojos, volvió a cargar sus armas y se preparó para disparar.
- ¡¡Ahora!!- gritó Anakin, y Obi-Wan activó los motores auxiliares al tiempo que el padawan tiraba con todas sus fuerzas de la palanca que sujetaba con ambas manos. El morro de la nave se elevó bruscamente, evitando la pared rocosa por centímetros, y con una sorprendente rapidez ascendió con el vientre paralelo a la ladera de la montaña. El movimiento tomó por sorpresa a Deloran, que les seguía muy de cerca, y la fracción de segundo que el pirata tardó en reaccionar le costó la vida. La explosión sacudió a la Vigilante con fuerza, y Anakin luchó por mantenerla estable, agarrando la palanca con ambas manos.
Para cuando, al fin, logró rebasar la cima de la escarpada pared rocosa, el chico sudaba profusamente. Un mismo suspiro de alivio se elevó desde cuatro gargantas a la vez. Obi-Wan se giró hacia atrás y su mirada se encontró con la de Padmé.
- ¿Estás bien?- le preguntó con ternura.
- Sí- contestó ella-. O lo estaré cuando me vuelva a circular la sangre por los dedos- añadió, separando muy lentamente las manos de los brazos de su asiento, que había estado aferrando con todas sus fuerzas.
Obi-Wan ladeó una sonrisa ante esa respuesta, y luego, consciente de la mirada de Qui-Gon sobre él, se volvió hacia Anakin y le palmeó afectuosamente en el hombro.
- Buen trabajo.
- Gracias.
- Sí, desde luego, Anakin. Bien hecho- corroboró Padmé, y la sonrisa del joven se amplió.
- Enhorabuena, padawan- añadió Qui-Gon, aunque con la sospecha de que Anakin apenas le oía-. Creo que te mereces un descanso. Yo pilotaré durante un rato.
Anakin pasó del éxtasis del triunfo al abismo del orgullo herido en un segundo. ¿Pero qué creía Qui-Gon, que tenía a su cargo una frágil doncella? ¡Aquello sólo había sido un pasatiempo! ¡Si hasta las carreras de vainas eran más difíciles! Se volvió para protestar, pero su maestro le silenció antes de que abriera la boca.
- Y de paso, haz el favor de mostrarle a la senadora dónde está su camarote. Estoy seguro de que también le vendrá bien un poco de tranquilidad. ¿No es así, milady?
El tono de voz de Qui-Gon había sido perfectamente cortés y considerado, pero Obi-Wan lo reconoció como el que empleaba cuando quería ser obedecido sin rechistar. Sonrió. Era infalible. De algún misterioso modo, siempre conseguía que le hicieran caso de inmediato. Y ni siquiera tenía que emplear la Fuerza para ello, de eso Obi-Wan estaba seguro. Como también estaba seguro de que tenía una seria conversación por delante. Su antiguo maestro no hacía nada sin un propósito.
Vio cómo Anakin se desabrochaba el cinturón de seguridad murmurando un “Sí, Maestro” casi entusiasta, a pesar de la decepción que tan claramente se había pintado en su rostro un momento antes. Sin salir de su divertido asombro, Obi-Wan les siguó con la mirada a él y a Padmé hasta que salieron de la cabina, y sonrió aún más al ver cómo el joven erguía la espalda y adoptaba un aire de gran dignidad al cederle el paso en la puerta.
Obi-Wan permaneció con la vista fija en el punto por donde había desaparecido la senadora, mientras a su lado Qui-Gon ocupaba el asiento del piloto y realizaba las maniobras necesarias para introducir la nave en el hiperespacio. Rememoró los dulces momentos que había compartido con Padmé en la esa misma mañana. Fuerza, le parecía que aquello había ocurrido en otra era, y sin embargo todo era tan reciente que aún tenía el aroma de Padmé impregnado en la piel.
La profunda voz de Qui-Gon le sacó de su ensoñación-. ¿Hay algo que quieras contarme, Obi-Wan?
- No me estás preguntando por la implicación de Ralik Deloran en todo este asunto, ¿verdad?- contestó él, esbozando una sonrisa triste.
- Eso podemos dejarlo para otro momento. De todos modos ya no hay nada que podamos hacer al respecto- observó Qui-Gon-. Ahora mismo, creo que es más importante que hablemos de cómo te ha afectado esta misión a ti.
El jedi más joven suspiró antes de volverse hacia su antiguo maestro.
- Nunca pude ocultarte nada, ¿verdad?- respondió Obi-Wan suavemente-. Tampoco es que quiera hacerlo. En realidad, no sabes cuánta falta me hace hablar contigo.
Qui-Gon asintió. Había vivido y trabajado con Obi-Wan desde que éste era un niño. Durante doce años había pasado cada hora de cada día, casi sin excepción, enseñándole y aprendiendo de él en la misma medida. Le había visto crecer y convertirse en el hombre que era, sabía cuáles habían sido los acontecimientos que forjaron su carácter y las crisis que marcaron su adolescencia. ¿Cómo no iba a darse cuenta de lo que ocurría? Le había bastado un simple vistazo para entender que había surgido algo entre Obi-Wan y Padmé. O al menos, para darse cuenta de que en Obi-Wan habían nacido sentimientos muy profundos hacia la joven senadora.
- Estás enamorado de ella- era una afirmación, no una pregunta, y Obi-Wan asintió con un sencillo gesto.
Los recuerdos de su propia experiencia le acudieron a Qui-Gon a la mente con un escalofrío. El bello rostro de Tahl se le apareció, sonriente y sereno, oprimiéndole el corazón con un dolor que no por ser antiguo había disminuido en intensidad. Recordó lo que había significado para él darse cuenta de la profundidad de sus verdaderos sentimientos hacia ella, y sobre todo saber que Tahl le correspondía. Aquel descubrimiento había cambiado por completo su existencia y hasta su propia percepción de sí mismo. Y luego, la absoluta desesperación de perderla de aquella manera. No haber sido capaz de salvarla. Contemplar cómo la vida abandonaba su cuerpo sin que él pudiera hacer nada por evitarlo… Y la terrible sed de venganza que se había apoderado de él tras su muerte.
Muy pocos sabían lo cerca que Qui-Gon había estado de caer en el Lado Oscuro después de aquello. Obi-Wan era uno de esos pocos, y quizá por haber sido testigo del devastador sufrimiento de su maestro, hasta entonces había sabido resguardarse de esa clase de emociones. Pero finalmente le había llegado el momento de superar esa prueba. Una prueba que, como Qui-Gon sabía bien, era de las más difíciles y dolorosas.
- Temía que tarde o temprano te ocurriría- dijo Qui-Gon, con una leve nota de tristeza en su voz-. Supongo que es algo con lo que todo jedi tiene que tratar al menos una vez en la vida.
Hizo una pausa, durante la cual su mirada se cruzó con la de Obi-Wan y supo que él también estaba recordando a Tahl. Obi-Wan sólo tenía dieciséis años cuando ocurrió todo, pero había conocido a la jedi el tiempo suficiente para llegar a encariñarse con ella, y su pérdida le había dolido mucho.
A Qui-Gon había estado a punto de destrozarle. Tahl había sido su amiga durante toda la vida, y al descubrir que era mucho más que eso, cometió el error de creer que podrían dar juntos ese paso. Ella había muerto antes de que tuvieran ocasión de intentarlo siquiera, pero aunque no hubiese sido así, tarde o temprano se habrían dado cuenta de que no podían realizar su trabajo mientras estaban pensando constantemente el uno en el otro, ni podían mantener una relación si tenían que estar separados durante largos periodos. La vida de un jedi no era compatible con la vida en pareja, pero él no había llegado a entenderlo hasta varios años después. Entonces no lo sabía, o no quería saberlo. Aún sentía remordimientos cuando recordaba lo poco que había faltado para que sucumbiera por completo.
- No creo que yo sea quién para aconsejarte en esto, Obi-Wan- dijo el maestro finalmente.
Obi-Wan frunció el ceño al oír eso. Irguiéndose en su asiento y mirando al otro jedi con intención, respondió:
- Pues yo creo que eres la persona más indicada para aconsejarme.
- ¿Estás seguro? No se puede decir que yo reaccionase muy bien cuando fue mi turno.
- Precisamente por eso- insistió Obi-Wan-. Porque tú viviste la peor situación que un jedi puede sufrir cuando se trata de…- dudó un momento, como si le costara llamar a aquella emoción por su nombre, pero al final decidió que era ridículo andarse con eufemismos-…del amor. Nadie sabe mejor que tú cuáles pueden ser las consecuencias. Y nadie más sería capaz de comprenderme sin juzgarme. ¿A quién voy a acudir en busca de consejo, si no? ¿Al Maestro Windu?
Qui-Gon trató de imaginarse a su antiguo padawan confiándole todo aquello al severo y rígido Mace, y sólo de pensarlo tuvo ganas de soltar una carcajada.
- No, supongo que no- respondió, e involuntariamente esbozó una sonrisa. Con aquella simple broma, Obi-Wan había logrado levantar la nube de melancolía que se había apoderado del ambiente. Siempre se podía confiar en que el ácido sentido del humor del joven apareciera en los momentos más delicados.
Permanecieron unos segundos en silencio, disfrutando de la cómoda sensación de compañerismo que compartían, del simple hecho de estar hablando como dos amigos, y no ya como maestro y alumno. Al cabo de un momento, recobrando la seriedad, Qui-Gon levantó la vista y le hizo la pregunta que había estado retrasando deliberadamente:
- ¿Qué vas a hacer?
Temía la respuesta de Obi-Wan, porque le conocía bien y sabía que nunca hacía nada a medias. O renunciaba a Padmé o renunciaba a su condición de jedi. Qui-Gon sabía que era capaz, después de todo ya había abandonado la orden jedi una vez, cuando tuvo un motivo lo bastante importante para hacerlo. Y el amor era una emoción muy poderosa. Por otra parte, marcharse había sido para Obi-Wan como si le hubieran arrancado una parte de sí mismo, y al final había acabado por regresar. Tal vez no quisiera volver a pasar por aquello. Pero entonces, la única opción que le quedaba sería perder a la mujer que amaba. En ambos casos, su antiguo padawan sufriría lo indecible, y Qui-Gon sintió que el corazón se le oprimía por ello.
Obi-Wan suspiró antes de contestar, manteniendo la mirada fija en el suelo.
- Lo único que puedo hacer, Qui-Gon. Despedirme de ella cuando lleguemos a Coruscant y confiar en que no se me parta el corazón al hacerlo.
El maestro cerró los ojos un momento, abatido. El dolor le Obi-Wan llegaba hasta él en oleadas, desmintiendo su aparente serenidad. Los abrió de nuevo y le miró sin saber qué decir. En efecto, aquella era la única decisión posible. No había forma alguna en que un jedi y una senadora pudieran tener la esperanza de disfrutar de una vida en común. Pero que Obi-Wan tuviera la lucidez y el valor necesario para verlo de ese modo, a sabiendas del alto precio que tendrían que pagar los dos por ello, le llenó de admiración. Qui-Gon luchó por encontrar en su interior las palabras adecuadas para infundirle ánimos, para hacerle saber que estaba haciendo lo correcto y que debería sentirse orgulloso de sí mismo, pero aquellas frases le sonaban estúpidas incluso en su propia mente. Quiso decirle que él estaría a su lado ayudándole en lo que pudiera, pero sabía demasiado bien que al final, Obi-Wan tendría que superar aquel trance por sí mismo, y nada ni nadie podría mitigar su pena.
Al fin, se limitó a posar una mano sobre el hombro de Obi-Wan y darle un suave apretón.