apocrypha73: (SW_obidala)
apocrypha73 ([personal profile] apocrypha73) wrote2007-09-20 09:02 am

Como que ya toca otro capítulo, ¿no?

Entre una cosa y otra, casi me había olvidado ya de que estaba subiendo un fanfic. Y como no me gusta dejar las cosas a la mitad si puedo evitarlo, allá vamos con uno más:

Anakin empujó los controles hacia delante y el morro de la nave se inclinó peligrosamente. Vio de reojo la mirada de advertencia que Qui-Gon le dirigió desde el asiento del copiloto, pero decidió ignorarla. Estaba encantado con aquel carguero corelliano de clase YT que el Consejo les había facilitado para la misión. La nave, bautizada con el nombre de Vigilante, era lo bastante grande como para acomodar a cuatro o cinco pasajeros, pero lo bastante pequeña como para resultar ágil, rápida y altamente maniobrable. Inmerso en la excitación que le provocaba volar, se concentró plenamente en la maniobra de aterrizaje, percibiendo cada centímetro de la nave como si fuese un ser vivo, una prolongación de su propio cuerpo. Hábilmente sobrevoló el bosque, chamuscando las ramas más altas de los árboles con la estela de los propulsores, hasta que divisó un lugar apropiado para descender. Dio una pasada, giró en un ángulo tan cerrado que Qui-Gon tuvo que agarrarse a los brazos de su sillón, y se posó en el lugar elegido con precisión milimétrica.

El padawan apagó los motores y activó el sistema de camuflaje de la nave. Luego se volvió hacia su maestro, pero el ceño fruncido de Qui-Gon le borró inmediatamente la expresión de satisfacción del rostro.

- ¿Cuántas veces tengo que decírtelo, Anakin?- preguntó en tono severo.

- Lo sé, Maestro- admitió el chico de mala gana-. Esto no es una competición. No tengo que demostrarle a nadie lo buen piloto que soy.

- Exacto. Me alegro de saber que recuerdas mis palabras. Ahora ya sólo falta que las pongas en práctica, Padawan.

- Sí, Maestro- gruñó Anakin por lo bajo mientras seguía a Qui-Gon hacia la rampa de acceso.

"Este chico va a terminar de hacerme viejo" pensó el jedi, cansado. Refrenar las imprudencias de Anakin estaba resultando ser una tarea agotadora. No era sólo su manera de pilotar. El muchacho se lanzaba con la misma pasión sobre cualquier cosa que consiguiera despertar sus emociones. Estaba bien que un jedi confiase en sus instintos, pero lo de Anakin era demasiado. Actuaba antes de pensar.

"Igual que tú". Casi podía oír la voz del Maestro Yoda contestándole, y sabía que tendría razón, aunque no le gustase. Eso era precisamente lo que le preocupaba, que Anakin se parecía demasiado a él, pero sin la paciencia que Qui-Gon había adquirido con los años.

Anakin abrió la rampa y los dos bajaron de la nave. El padawan se dirigió hacia la bodega de carga para sacar el deslizador que habían traído consigo, mientras Qui-Gon vigilaba.

La capital de Zahr estaba enclavada en un valle delimitado por una cordillera circular, que rodeaba la ciudad por todas partes y la protegía de los despiadados vientos que soplaban del norte. Los dos jedi habían aterrizado en una alta meseta rocosa que se elevaba precisamente en ese lado, y desde allí podían ver la espectacular diferencia entre ambas zonas. Al norte de Zalihn, el terreno se extendía árido y pedregoso. En cambio, el valle de la ciudad y la región situada al sur de las montañas eran una alfombra interminable de verdor. Qui-Gon sentía la Fuerza vibrar intensamente en el planeta. Había mucha vida allí. Giró la cabeza hacia la ciudad, tratando de determinar si la sensación que recibía era benigna o no. Anochecía, y ya brillaban las primeras luces en los modestos hogares de Zalihn.

- Dime una cosa, Maestro- dijo Anakin, interrumpiendo su concentración-. Si la última señal que se recibió de la nave de Obi-Wan procedía de los bosques que hay al sur de esas montañas,… ¿por qué hemos aterrizado aquí?

- Porque es muy probable que quien quiera que destruyó el caza de Obi-Wan esté esperando una visita, y no nos interesa atraer su atención, ¿no estás de acuerdo, padawan?

- Sí, lo sé, pero precisamente por eso el Consejo nos ha asignado una nave similar a las que suelen usar los contrabandistas, para que pasara desapercibida más fácilmente. Además, también es posible que cuando les encontremos, tengamos que salir del planeta con cierta prisa, ¿no? Y en ese caso, sería más práctico tener a la Vigilante cerca.

Qui-Gon le dirigió una mirada de soslayo desde su impresionante estatura y sonrió levemente-. Muy cierto. Pero no podemos tenerlo todo, Anakin. No sé tú, pero personalmente, yo prefiero confiar en que una actuación discreta convierta en innecesaria tanta premura.

- ¿Y si no es así?- insistió el joven.

- Para eso tenemos el deslizador- respondió Qui-Gon en un tono que indicaba que la conversación había terminado. Subió al vehículo y se puso a los mandos, para mayor frustración de su padawan, que tuvo que conformarse con ir de pasajero.

Amparándose en la oscuridad, iniciaron el trayecto en dirección sur, bordeando la ciudad hacia el bosque y las formaciones montañosas que habían divisado sobre el horizonte.

 

 

***

 

El último de los droides de rastreo entró en el fuerte y las dobles puertas se cerraron con un golpe sordo. Tras la gruesa lámina de transparicero que configuraba el ventanal de su despacho, Ralik Deloran observaba la escena con furia apenas contenida. En todo el día, esos inútiles artefactos habían sido incapaces de encontrar una sola pista del paradero de la chica y el jedi. Eso es lo que ocurría cuando uno utilizaba máquinas para hacer el trabajo de seres inteligentes.

Gruñó, exasperado, mientras flexionaba los dedos de su nueva mano mecánica. Se le acababa el tiempo. Casi toda su organización había evacuado ya el planeta, y si se limitara a seguir su instinto de conservación, él también se marcharía antes de que llegaran más jedi. Pero no iba a rendirse, no estaba en su naturaleza. Por supuesto podría limitarse a dejar en Zahr un pequeño destacamento para seguir con la búsqueda, pero no quería dejar el asunto en manos de ningún otro.

No se trataba del dinero, ni tampoco de que temiera en lo más mínimo la reacción de su misterioso cliente. La cuestión era que al desafiarle, la chica lo había convertido en algo personal. Además, en su profesión el prestigio lo era todo. Si permitía que se burlasen de él dos simples humanos, por muy jedi que fuese uno de ellos, su reputación se iría al traste. Eso le haría parecer débil, y entre piratas cualquier signo de debilidad, incluso aparente, podría bastar para que alguno de los buitres que merodeaban a su alrededor tratara de arrojarle de la cima.

Que lo intentasen, pensó con desdén. No era el traficante más buscado y temido de la galaxia por casualidad.

Caminó hasta su mesa y activó el intercomunicador.

- Señor- contestó al momento su principal hombre de confianza, un rodiano llamado Alhoret.

- Haz que carguen los droides de rastreo en el último transporte. Luego escoge a los diez mejores hombres disponibles y envíalos al bunker. Diles que me reuniré con ellos allí en veinte minutos.

- Bien, señor.

- Ahora transmite esto al resto de las naves- esperó a que la conexión estuviera en marcha antes de continuar, hablando ahora para toda su flota-. He decidido que Alhoret se encargue de la tarea de escoger el lugar del nuevo campamento. Hasta nueva orden, estáis bajo su mando. Os mantendréis en contacto conmigo a través de la frecuencia de emergencia, como de costumbre. Fin de la transmisión.

Deloran cerró la multiconferencia, pero mantuvo a Alhoret en línea un poco más-. ¿Los explosivos están listos?

- Sí, señor, sólo esperamos su orden.

- Dentro de una hora exacta los harás detonar. Mi nave es la única que posee los códigos de acceso, así que llévatela.

- Sí, señor. ¿Debo esperar para recogerle?

- No, utilizaremos la nave del búnker cuando llegue el momento. Además, es mejor que todos crean que yo también he abandonado el planeta. Voy a encargarme personalmente de encontrar a esa mujer.

- Entendido, señor.

Deloran cortó la transmisión sin más despedidas. Luego se volvió hacia su escritorio, cogió su blaster y se lo ajustó al cinto. Sacó un datapad de uno de los cajones y lo metió en un bolsillo de su chaleco. Eso era todo lo que necesitaba llevarse. Ahí guardaba los únicos registros de sus actividades que le interesaba mantener. Incluso si alguna parte del complejo de edificios sobrevivía a la explosión, no quedaría ningún rastro que pudiera identificarles, ni el más mínimo vestigio de su presencia en el planeta.

No volvió la vista atrás al salir del despacho. A pesar de los años que había pasado en aquel lugar, no sentía ninguna pena por tener que destruirlo. No era su hogar. De hecho, no había ningún lugar en la galaxia al que quisiera dar ese nombre. Ralik Deloran iba a donde sus intereses le llevaban, y se enorgullecía de no sentir apego por tierra ni familia algunos. Esa clase de sentimentalismos los dejaba para los débiles y los necios.

Nadie iba a atraparle por quedarse estancado en un lugar.

 

 

***

 

El rumor lejano de la explosión sacó a Obi-Wan de su trance. Intrigado, trató de determinar de dónde había venido el ruido. Los árboles le tapaban la vista del horizonte, por lo que no pudo ver el halo rojizo y brillante que delataba el lugar donde unos segundos antes se había asentado el campamento de Deloran. Aun así, por el eco del sonido y la vibración del suelo, supo que la perturbación procedía de la misma dirección de la que ellos habían huido el día anterior.

Algo inquieto, se preguntó qué significaría todo aquello, y si formaría parte de algún retorcido plan de Deloran para capturarles. Convocó a la Fuerza y la sintió crecer a su alrededor, pero no pudo percibir ningún peligro inmediato, y al cabo de unos momentos se relajó de nuevo.

Bajó la vista para comprobar si Padmé también había oído la explosión, pero la muchacha seguía durmiendo plácidamente entre sus brazos.

Sin embargo, su tranquilidad no duró. De pronto empezó a gemir y a agitarse, con el ceño fruncido y una expresión de dolor en el rostro.

- No…- murmuraba-… no, por favor… ¡Cordé, no!

Obi-Wan le puso una mano sobre la frente y le envió suaves ondas de la Fuerza para ahuyentar la pesadilla, conmovido y angustiado por su sufrimiento. Lo que había vivido a manos de Deloran no se borraría fácilmente de su mente, él lo sabía. Aunque Padmé era una mujer fuerte, y lo superaría al final, llevaría ese dolor consigo para siempre.

No era justo. Ella no le había hecho daño a nadie. Si había despertado algún odio, lo había hecho defendiendo a su gente. Obi-Wan sintió un arrebato de ira contra quienes la habían atacado, y en contra de lo habitual, le costó bastante aplastarlo y liberarlo hacia la Fuerza.

Cuando por fin la joven se relajó y su respiración volvió a ser tranquila, el jedi la giró de lado para que descansara acurrucada contra él en una posición más cómoda, con la mejilla apoyada en su hombro. Muy despacio, para no despertarla, Obi-Wan volvió la cabeza para poder verla mejor, y por un momento la imagen le dejó sin respiración.

Las huellas de tensión y fatiga se habían borrado de su rostro. Se la veía serena y relajada, y tan hermosa que casi no parecía real. La luz de las dos lunas hacía resplandecer su piel como si estuviera cubierta por un fino velo de plata, y acentuaba cada uno de sus rasgos hasta conferirle la perfección de una escultura. Obi-Wan recorrió con la mirada los altos pómulos, el exquisito arco de las cejas, la delicada línea de la mandíbula… Vio latir el pulso en su cuello, expuesto y vulnerable merced a la inclinación de su cabeza. Sus labios, suaves y femeninos, estaban ligeramente entreabiertos en su sueño.

Era bellísima. Un hombre podría pasarse horas contemplándola sin dejar de maravillarse por su perfección. Le asaltó de nuevo el recuerdo de lo que habían intentado hacer con ella y sintió una oleada de ternura hacia la joven. Obi-Wan sabía de primera mano lo que significaba un borrado de memoria. Con ayuda de la Fuerza, él había logrado resistirlo, pero no se le había olvidado lo doloroso que era el proceso. Imaginar a Padmé pasando por algo así le provocaba un fuerte deseo de protegerla, pero también una incontenible rabia en contra de aquellos que habían participado en su secuestro, muy impropia de un jedi.

En un esfuerzo por calmarse, apoyó firmemente la espalda contra el tronco del árbol y cerró los ojos, dispuesto a recuperar su estado de trance lo antes posible. Pero pronto comprobó que sus esfuerzos eran inútiles. Aquel asunto le había tocado una fibra sensible. La experiencia de Padmé era demasiado parecida a sus peores recuerdos, a sus temores más arraigados. Había cometido el error de dejar que le afectara de manera personal, y ahora no conseguía recuperar la serenidad. Trató de concentrarse en su propia respiración: inspirar, espirar, inspirar,… nada. Después repitió mentalmente cada una de las letanías del código jedi, hasta completarlas cinco veces. Tampoco funcionó.

Al final, dejó de intentarlo y se resignó a pasar una noche muy larga.

 

 

***

 

- ¿Qué ha sido eso?- exclamó Anakin, girando la cabeza hacia el este. La explosión había sido extraordinariamente ruidosa en mitad del silencio de la noche. Incluso con la ciudad de Zahnin de por medio, los dos jedi podían ver con claridad el reflejo del fuego sobre el cielo nocturno.

Qui-Gon respondió sin apartar la vista del camino- No parece proceder de la ciudad, sino más bien de los bosques que hay hacia el sur.

- Que es precisamente adonde nos dirigimos- reflexionó el padawan-. No puede ser una coincidencia, Maestro. Tiene que estar relacionado con los piratas que secuestraron a Padmé.

- No saques conclusiones precipitadas, Anakin- le respondió el jedi mayor-. No tienes ninguna prueba de que eso sea cierto.

- Pero tú siempre dices que no crees en las casualidades- objetó Anakin-. Además, presiento que es así.

Qui-Gon gruñó por lo bajo. Ya lo estaba haciendo de nuevo, lanzarse sobre la primera idea que se le pasaba por la cabeza sin considerar otras posibilidades. ¿Cuándo demonios iba a aprender ese chico a tener paciencia? Algún día esa impulsividad suya iba a costarle muy cara, si antes Qui-Gon no lograba enseñarle a ser más prudente. Y lo peor de todo era que ni siquiera podía confiar en que el chico aprendiese de sus propios errores, porque, por extraordinario que pareciese, la mayoría de las veces acertaba.

- Hay un millón de explicaciones posibles, Anakin- dijo al final, con calma-. No sabemos nada de lo que está ocurriendo en este planeta. Esa explosión podría deberse a cualquier otro motivo. Si das por sentado que tu suposición es cierta y actúas basándote en esa información, podrías cometer errores muy graves. Errores fatales.

Qui-Gon giró la cabeza un segundo para mirar a su padawan, que mantenía la vista baja y el ceño ligeramente fruncido ante la reprimenda. Sabía que Anakin estaba confuso, y en el fondo Qui-Gon se culpaba por ello. Debía reconocerlo: él siempre había actuado por instinto, era su forma de hacer las cosas, y al principio no se había dado cuenta de que el ejemplo que le estaba dando al niño con esa actitud no era el más conveniente.

 Anakin no era como los demás padawan. No había crecido en el Templo, donde le hubieran enseñado desde bebé a reconocer la voz de la Fuerza y distinguirla de sus propias emociones. Anakin no entendía esa diferencia. Si tenía una corazonada, la seguía, como siempre había hecho, sin pensar más en ello. De modo que Qui-Gon se encontró con un reto que no había previsto: conseguir que, a la edad de nueve años, Anakin se olvidara de lo que sabía y empezara de nuevo. En seguida se hizo evidente que aquella no sería una tarea fácil. Ni rápida. Seis años después, aún continuaba luchando con ello.

El muchacho tenía una conexión con la Fuerza extraordinariamente intensa, pero saber interpretarla era otra cosa. Sin embargo, si veía que Qui-Gon se guiaba por su intuición, ¿por qué no iba a hacer él lo mismo?

Así pues, el Maestro Jinn se había visto obligado a cambiar sus métodos, a ser más prudente y analizar cada situación con su padawan antes de hacer nada.

"Al final, he acabado convirtiéndome en Obi-Wan", pensó con una sonrisa.

Dejó escapar un leve suspiro. Tal vez estaba siendo demasiado duro con Anakin. Además, él también presentía que aquella explosión estaba relacionada de algún modo con la senadora Amidala y con Obi-Wan.

- No estoy diciendo que renuncies a tu instinto- añadió, tratando de suavizar las cosas-. Es bueno que lo escuches, y si he de serte sincero yo también presiento que esto tiene algo que ver con nuestra misión. Puede que tengas razón, Anakin, pero eso no significa que debas dejar de lado otras posibilidades. Lo único que digo es que no debes dar nada por sentado, padawan.

El chico levantó la vista y esbozó una media sonrisa tímida. Qui-Gon era tan parco en cumplidos que incluso uno tan sutil y enrevesado como ése significaba mucho para él.

- Sí, Maestro.


Bueno, pues ahí queda. Si estás leyendo este fic, espero que te guste.