Perseguidos - Capítulo 2
Jun. 17th, 2007 11:19 am![[personal profile]](https://www.dreamwidth.org/img/silk/identity/user.png)
El gran comedor del Templo Jedi era tan amplio que no habría podido llenarse ni reuniendo a todos los caballeros repartidos por la galaxia. A pesar de ello, Obi-Wan Kenobi sólo necesitó un vistazo para localizar a la persona que buscaba, sentado como de costumbre en una de las mesas más cercanas al ventanal de transparicero. El caballero jedi cogió su bandeja y se encaminó con andar resuelto hacia el que había sido su Maestro hasta hacía seis años.
Qui-Gon Jinn comía solo, la vista clavada en el plato y el ceño fruncido, tan sumido en sus pensamientos que ni siquiera se dio cuenta de que su antiguo padawan se había detenido frente a él. Obi-Wan no necesitó recurrir a sus sentidos jedi para percibir su frustración. Tampoco le hacía falta emplear la especial comunicación mental que aún mantenía con su Maestro, residuo de su viejo vínculo de aprendizaje, para hacerse una idea bastante aproximada de la causa que la provocaba.
Desde que se había hecho cargo del aprendizaje de Anakin, los episodios de mal humor de Qui-Gon Jinn habían aumentado considerablemente su frecuencia. No era la primera vez que Obi-Wan le veía así, aunque sabía por experiencia que la paciencia del Maestro no se agotaba fácilmente y que su enojo desaparecía con rapidez. Esta vez tenía que haber sido algo serio, pensó Obi-Wan, porque Qui-Gon estaba mirando al filete que tenía delante como si quisiera fulminarlo.
- Es inútil, Qui-Gon- le dijo en tono divertido-. Ya está muerto.
El Maestro levantó la vista y su rostro se suavizó un poco al ver a Obi-Wan. Con un gesto de la mano, le invitó a que se sentara.
- ¿Qué es lo que ocurre?- preguntó Obi-Wan, aunque ya se lo imaginaba.
Qui-Gon suspiró antes de responder-. Es Anakin. Anoche volvió a escaparse para ir a esas condenadas carreras de los túneles.
- ¿Otra vez?- se asombró el jedi más joven-. Creí que ya habría superado esa etapa.
No pudo evitar que una sonrisa traviesa bailara en las comisuras de su boca al imaginarse a Qui-Gon, paseando su porte majestuoso por los niveles inferiores de Coruscant en busca de su aprendiz. No porque el Maestro no supiera defenderse en los bajos fondos: si en la orden había un jedi capaz de manejarse en semejantes situaciones, ése era Qui-Gon Jinn. Pero no era un hombre que pasara desapercibido con facilidad. Su estatura, su fuerza y la nobleza que irradiaba debían de brillar entre aquella sordidez como las luces de aterrizaje de un espaciopuerto.
- Yo también creí que lo había superado- contestó Qui-Gon, sin compartir el buen humor de Obi-Wan-. La verdad, no sé qué le pasa. No consigo entender sus reacciones. A veces siento que intenta provocarme a propósito, como si… como si quisiera llamar mi atención. Lo cual es absurdo, porque ya me dedico a él las veinticuatro horas del día.
Emitió un profundo suspiro y se encogió de hombros.
- Tal vez sólo se trate de la rebeldía propia de la adolescencia- sugirió Obi-Wan.
- Es un jedi- replicó Qui-Gon-. Tiene que estar por encima de eso.
Obi-Wan casi se atragantó con las verduras que acababa de llevarse a la boca, tal fue el ataque de risa que le provocó esa contestación. Tragó con dificultad y tosió repetidamente, pero las carcajadas no remitieron. Qui-Gon le miró, intentando aparentar indignación, pero lo cierto era que el humor de su antiguo padawan estaba consiguiendo disolver su enfado. Con un gesto algo teatral, le tendió un vaso de agua.
- De acuerdo, de acuerdo- reconoció el Maestro Jedi con media sonrisa-. Quizá yo no sea la persona más adecuada para reprocharle su rebeldía. Pero si me permites decirlo, yo sólo he desafiado a mis Maestros por seguir la voluntad de la Fuerza, no por deporte. Hay una diferencia.
- Lo que tú digas- contestó Obi-Wan, secándose los ojos con el dorso de la mano-. Dime una cosa. ¿Yo también te daba tantos quebraderos de cabeza cuando tenía su edad?
- No que yo recuerde- respondió Qui-Gon, mirando con afecto al que consideraba más un hijo que un discípulo-. O quizá sea que entonces yo tenía más energía para sobrellevarlo. A lo mejor es que me estoy haciendo viejo.
- Nada de eso- le contradijo Obi-Wan sonriendo ampliamente-. Es que yo era muy buen chico.
Qui-Gon emitió un gruñido que sonó vagamente similar a “yo no diría tanto”, mientras pensaba en todas las veces en que le había recriminado a Obi-Wan su excesiva prudencia. De repente esa cualidad ya no le parecía tan mala.
- Por cierto- continuó el jedi más joven- ¿Dónde está tu padawan ahora?
- En su habitación, meditando- “O al menos, eso espero”, añadió mentalmente- Almorzó allí.
- ¿Le has castigado dejándole en su cuarto?- preguntó Obi-Wan, incrédulo.
Qui-Gon asintió-. Ya que insiste en comportarse como un niño, no tengo más remedio que tratarle como tal.
Obi-Wan consideró esa respuesta durante un momento, pero no hizo ningún comentario. En cambio, sonrió y dijo:
- Entonces eso significa que estás libre esta tarde para una sesión de entrenamiento con sable láser.
El Maestro Jedi le dedicó una de sus poco frecuentes sonrisas al contestarle-. ¿Dieciocho años practicando conmigo, y todavía no estás harto?
- Eso jamás- replicó el joven-. Todavía mantengo la esperanza de superarte algún día. Sin embargo, te advierto que me he pasado demasiado tiempo fuera del Templo, sin nadie con quien entrenar. Estoy un poco oxidado.
Qui-Gon dudaba mucho que eso llegase a ocurrir jamás, conociendo como conocía la extraordinaria habilidad que su antiguo aprendiz había mostrado siempre en combate. Una imagen cruzó de pronto por su mente: Obi-Wan luchando contra el sith de cara tatuada mientras él yacía herido, contemplando la escena con una mezcla de miedo y orgullo a partes iguales. Apartó el recuerdo de su pensamiento con un ligero escalofrío.
- Buen intento, pero lamentándote no conseguirás que sea más blando contigo- dijo en tono ligero, tratando de disimular su momentánea aprensión-. Y ya que mencionas tus viajes, ¿qué tal te fue en Bimmiel?
- Bueno, ya sabes cómo suelen desarrollarse esas disputas comerciales. No sé por qué se molestan en pedir arbitraje a los jedi, cuando no tienen intención de escuchar nada de lo que se les dice- hizo una pequeña pausa, pensativo, y añadió-. O a lo mejor es por mí. Creo que la mayoría de la gente me sigue considerando demasiado joven para tomarme en serio.
- ¿Por eso te has dejado crecer la barba?
Obi-Wan se llevó una mano a la mandíbula, pensativo, antes de responder-. En parte, puede ser que sí. Aunque es algo que siempre había pensado hacer, de todos modos-. Esbozó una sonrisa tímida, inclinando un poco la cabeza-. Creo que he querido parecerme a ti toda mi vida, incluso en eso. Pero sí, reconozco que a lo mejor también lo hago para ver si así consigo un poco más de respeto. ¿Tú que opinas?
Qui-Gon bajó la vista hacia su plato para ocultar la emoción que le había provocado esa respuesta. Si no tenía cuidado, corría el riesgo de que aquella conversación se volviera demasiado seria.
- Un jedi obtiene respeto por sus acciones, no por su apariencia- contestó con exagerada solemnidad, y contuvo una sonrisa ante la expresión abatida de su antiguo padawan. Se lo había creído. Obi-Wan era una de las pocas personas que entendían el sentido del humor de Qui-Gon, pero aun así, el Maestro todavía conseguía pillarle desprevenido de vez en cuando-. Pero estoy seguro de que eso ya lo sabes. Es más, tengo entendido que eso es precisamente lo que tú hiciste, ¿no?
- ¿A qué te refieres?
- Bueno, he oído decir que la gobernadora Semmet quedó muy impresionada con tus aptitudes… como negociador.
El furioso rubor que coloreó el rostro de Obi-Wan durante su dramática pausa le indicó que había dado en el blanco. La joven gobernadora de Bimmiel era famosa por su extraordinaria belleza tanto como por su política liberal y tolerante. Por otra parte, Qui-Gon había sido testigo muchas veces del devastador efecto que Obi-Wan producía en las mujeres desde que cumplió los dieciséis.
Sólo había que sumar dos y dos.
- ¿En serio?- comentó Obi-Wan, intentando que no se notase demasiado su nerviosismo.
Qui-Gon asintió-. De hecho, ha enviado una nota de agradecimiento al Consejo.
- ¡¿Que hizo qué?!- exclamó el joven, abriendo desmesuradamente los ojos, y Qui-Gon ya no pudo contener la risa por más tiempo.
Obi-Wan parpadeó un par de veces antes de darse cuenta de que su Maestro había estado bromeando.
- ¡Te lo estás inventando!- le reprochó, indignado.
- Sin embargo, he acertado.
El jedi más joven murmuró algo ininteligible y cambió de tema. El resto del almuerzo transcurrió en el mismo ambiente amistoso, y casi habían terminado cuando el intercomunicador de Obi-Wan comenzó a sonar.
- Es del Consejo- comentó, mirando el dispositivo-. Tengo que presentarme inmediatamente.
- ¿Qué has hecho esta vez?
- No, Maestro, “esas” llamadas solían ser para ti, ¿recuerdas? Yo sólo iba de acompañante- le contestó en tono mordaz-. Además, no me han convocado en la sala del Consejo, sino en el despacho del Canciller.
Se levantó de la mesa y entregó su bandeja a un droide de limpieza.- Sea lo que sea, ya lo descubriré cuando llegue allí. ¿Podrías encargarte de reservar una sala de entrenamiento?
- Claro- respondió Qui-Gon- ¿Dentro de dos horas?
- Estupendo. Te veré luego.
Obi-Wan salió del comedor con paso rápido y se encaminó hacia la salida del Templo. En pocos minutos estuvo en el edificio del Senado, esperando a que su presencia fuese anunciada al Canciller de la República.
***
Mientras tanto, en uno de los dormitorios del Templo, Anakin Skywalker intentaba concentrarse en sus ejercicios de meditación, sin éxito. La calma que normalmente sentía al invocar la Fuerza se empeñaba en eludirle.
Lo cierto era que estaba demasiado enfadado para meditar. ¿Cómo había podido el Maestro Qui-Gon humillarle de ese modo, dejándolo castigado en su habitación como si fuese un crío? Ya tenía quince años, no era justo que le siguiera tratando así.
Consciente de que esos sentimientos de rabia no eran propios de un jedi, intentó una vez más encontrar su centro de calma. Cerró los ojos, respirando lenta y rítmicamente, intentando imaginarse que su cólera salía de su cuerpo con su respiración, tal como Qui-Gon le había enseñado.
Logró hacer que su enfado se atenuara un poco, pero no lo suficiente como para meditar. Con un suspiro de exasperación, se levantó de la esterilla sobre la que estaba arrodillado y salió del dormitorio. Recorrió con la vista la pequeña sala de estar, amueblada con tanta sencillez que resultaba austera: un viejo sofá, un escritorio con un terminal de ordenador, y unas cuantas estanterías. Muy al estilo de los jedi. Pero para un chico de su edad que se veía obligado a pasar la tarde allí encerrado, resultaba simplemente aburrida. Era una pena que Qui-Gon le hubiese prohibido tener allí sus artilugios mecánicos. Claro que eso fue después de que su último experimento casi destroza la colección de hololibros del Maestro, la única posesión material a la que Qui-Gon tenía verdadero apego aparte de su sable de luz. Pero aun así, el recuerdo añadió combustible a su ya inflamada frustración. A veces Qui-Gon podía ser muy intransigente.
Se sintió tentado de ignorar el castigo y salir de allí, pero su instinto le dijo que no era conveniente estirar demasiado la cuerda con su Maestro. Finalmente, intentando encontrar una forma de distraerse mientras esperaba, cogió un lector de datos y se acercó a las estanterías, para ver si podía encontrar algo interesante entre esos hololibros a los que Qui-Gon era tan aficionado.
Su vista se detuvo en una de las repisas, sobre la que descansaba un holograma que mostraba a un sonriente Qui-Gon de pie al lado de Obi-Wan Kenobi. Anakin recordaba bien esa imagen: había sido tomada el día de la investidura de Obi-Wan como Caballero Jedi. Aunque el Consejo le había concedido ese grado varias semanas antes, la ceremonia oficial se había pospuesto para permitir que Qui-Gon se recuperase de las heridas que recibiera en Naboo. Junto al holograma, en una pequeña caja de transparicero, reposaba una larga y fina trenza de cabello dorado hecha un ovillo. Anakin volvió su mirada hacia la imagen, fijándose en el orgullo que irradiaban los ojos de Qui-Gon, en su brazo apoyado despreocupadamente sobre los hombros de Obi-Wan, y sintió una punzada de resentimiento. El perfecto padawan. Seguro que a él nunca le castigó dejándole encerrado en su habitación.
Le asaltó de pronto el recuerdo de su madre, tan vívido como si la hubiera visto el día anterior, inundándole de nostalgia. El cariño de Shmi nunca había tenido que compartirlo con nadie. Ella siempre se había dedicado por completo a él, y sólo a él.
¿Por qué había tenido que dejarla atrás?
Anakin se dejó caer en el sofá, descartando todo intento de leer, y permitió que sus melancólicos pensamientos vagaran libremente hasta que se quedó dormido.
***
Un semicírculo de rostros graves y tristes recibió a Obi-Wan en el despacho del máximo dirigente de la República. Además del Canciller Palpatine y sus dos asistentes habituales, la mitad del Consejo Jedi estaba reunida allí, esperándole. Todos alzaron la vista hacia él con expresión preocupada.
Obi-Wan avanzó hasta situarse frente al escritorio del Canciller y saludó a la asamblea con una cortés inclinación. No se molestó en pronunciar ninguna de las formalidades habituales. Presentía que ninguno de los reunidos allí quería demorarse en tratar el asunto que les hubiera convocado, y pronto comprobó que tenía razón.
- Obi-Wan- comenzó Mace Windu, y su rostro estaba revestido de mayor seriedad de la habitual-. Te hemos llamado para encomendarte una misión de máxima urgencia. El Canciller acaba de recibir una llamada de socorro desde Naboo.
La Maestra Depa Billaba intervino, hablando con su suavidad de costumbre, aunque su ceño fruncido ocultaba parcialmente las diminutas gemas que adornaban su entrecejo-. Una nave diplomática, que debía traer a la recientemente nombrada Senadora Amidala a Coruscant para su investidura, fue asaltada al poco tiempo de abandonar su planeta.
Obi-Wan dio un respingo involuntario. Recordaba bien a la antigua reina de Naboo. La muchacha había conseguido ganarse su respeto y admiración seis años atrás, luchando por su pueblo con una fiereza y una determinación impropias de los catorce años de edad que tenía entonces. La recordaba con afecto, y saber que había sido atacada le trastornaba profundamente.
- Para cuando las fuerzas de rescate de los Naboo llegaron al lugar de los hechos- continuó Ki-Adi-Mundi, inclinando gravemente su alargada cabeza y mesándose la blanca barba-, sólo encontraron una nave a la deriva sembrada de cadáveres. El ataque había sido rápido, eficaz, y bien planeado.
El joven jedi les miraba en silencio, luchando por contener su impaciencia y no interrumpirles con preguntas. Estaba acostumbrado a ese tipo de sesiones con el Consejo y sabía bien que debía esperar, confiando en que sus Maestros acabarían dándole toda la información necesaria.
- Sin embargo- apuntó Mace Windu de nuevo-, no se han hallado los cuerpos ni de la Senadora Amidala ni de su guardaespaldas, Cordé. De hecho, no había ninguna mujer entre las víctimas.
- ¿Traficantes de esclavos?- preguntó Obi-Wan, siguiendo el razonamiento de sus Maestros.
- Es lo que creemos- asintió Adi Gallia, sus dorados ojos ensombrecidos de preocupación-. Aunque el asalto no se produjo en la zona del círculo exterior, fue lo bastante cerca como para que pueda tratarse de alguna organización criminal de ese tipo.
Obi-Wan tragó saliva. Si se trataba de piratas del círculo exterior, a esas horas las mujeres podían estar en cualquier parte. Cada año desaparecían cientos de personas en las fronteras de la República, sobre todo mujeres y niños, secuestrados por mercenarios que luego los vendían como esclavos en planetas remotos a los que la República jamás había llegado. Si lo que pretendían de él era que las rescatase, temía que le estaban pidiendo un imposible.
Iba a expresarlo en voz alta cuando el Canciller Palpatine se puso en pie, mirándole con una expresión de pena como jamás Obi-Wan había visto. Tenía los ojos hundidos, la piel aún más pálida que de costumbre, y la boca apretada en un rictus de dolor. Irradiaba un aire de desesperación tal que el jedi se tragó sus palabras.
- Afortunadamente, aún tenemos una pequeña esperanza a la que aferrarnos- dijo el anciano con voz ronca, como si hubiera estado llorando-. Algún miembro de la escolta de la Senadora consiguió introducir un localizador en la nave de sus asaltantes. Ese dispositivo envió su señal a Naboo, y ellos nos la han remitido a nosotros.
- Discúlpeme, Canciller, pero si saben dónde están, ¿no sería más efectivo enviar fuerzas de seguridad de la República, en lugar de un solo jedi?- preguntó Obi-Wan.
- No podemos hacer eso- respondió Palpatine, abatido-. Oficialmente, la República no puede ejercer su autoridad en el círculo exterior, sería interpretado como una invasión. Además, ante el menor indicio de actividad cercana, esos piratas desaparecerían. No, es imprescindible actuar con discreción.
- Pero tiempo que perder, no tenemos- puntualizó Yoda, señalando a Obi-Wan con una de sus garras de tres dedos-. Fundamental la rapidez es, si esperanzas de rescatarlas sanas y salvas queremos mantener.
- Tu caza ya está preparado, y la señal del localizador ha sido almacenada en tu unidad R4. Partirás inmediatamente- le ordenó Mace Windu.
- Sí, Maestro- contestó Obi-Wan, inclinándose respetuosamente. Se dio la vuelta y comenzó a andar hacia la puerta del despacho, pero la voz del Canciller le detuvo a medio camino.
- Jedi Kenobi.
Se volvió para enfrentar la angustiada mirada del hombre, conmovido por la preocupación que mostraba por su compatriota.
- Sé que no necesito pedírselo, pero espero que sabrá disculpar la impertinencia de un anciano si le digo… que por favor haga todo cuanto esté en su mano por traerla de vuelta sana y salva. Es como una hija para mí.
Obi-Wan podría haber respondido que un jedi siempre se esfuerza al máximo en cada misión que se le encomienda, pero eso el Canciller ya lo sabía. Lo que el hombre le estaba pidiendo era que le diera una esperanza. Le dirigió una inclinación de cabeza, le miró directamente a los ojos y dijo sin vacilar-: Cuente con ello, Excelencia.