apocrypha73: (SW_obidala)
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Como hace poco ha sido el 30 aniversario del estreno de La Guerra de las Galaxias, y he visto que quien más quien menos lo ha celebrado a su manera, me habéis picado. Y pensando en una manera de conmemorarlo yo también, se me ha ocurrido desempolvar un viejo fanfic que escribí hace tres años y el cual, que yo sepa, sólo han leído mis dos betas, a las que cualquier día tendré que poner una medalla por su paciencia.

Así que allá voy. Me lanzo a la piscina. El paring es Obi-Wan/Padmé, lo digo por si a alguien eso ya le tira para atrás de partida. Para poner en antecedentes a los valientes que estén dispuestos a leerlo, el relato se situaría más o menos entre el Episodio I y el II, en un universo alternativo en el que Qui-Gon Jinn no murió en la pelea con Darth Maul. Y por cierto, aunque los primeros capítulos son más o menos para todos los públicos, acabará siendo NC-17, así que si a alguien le puede molestar, mejor que lo tenga en cuenta antes de empezar a leer.

Y supongo que se me ha terminado el repertorio de divagaciones con las que seguir posponiéndolo, de modo  que...

Perseguidos - Capítulo 1

         El puerto espacial de Theed era un constante hervidero de actividad, en cualquier día de la semana y en cualquier época del año. No cabía esperar otra cosa de la capital de Naboo, un planeta rico y floreciente, centro cultural de su sector. Quizá un observador ajeno habría pensado que esa supuesta riqueza era insignificante, al menos en comparación con la de muchos otros planetas que se integraban en la República Galáctica. Pero Padmé Naberrie no medía la prosperidad de Naboo por su poder económico, sino por el nivel de bienestar de sus habitantes.

         Sentada en la parte de atrás de un speeder de líneas suaves y elegantes, la joven mujer contemplaba la ciudad, mientras el transporte la conducía desde la residencia de sus padres hasta la nave que habría de llevarla lejos de su hogar durante un tiempo indefinido. Observó el incesante ir y venir de personas que abarrotaban las calles, ocupadas en sus múltiples quehaceres. La mayoría de los rostros mostraban una tranquila satisfacción que llenó de orgullo a la antigua reina.

En efecto, Padmé ya no era la reina de Naboo. Sus dos legislaturas de tres años estándar habían pasado, y la muchacha había dejado el cargo con indecible alivio, soñando con poder comenzar, por fin, a tener una vida propia.

         Claro que sus planes se habían visto frustrados de inmediato. A causa del gran cariño que el pueblo sentía por Padmé, la nueva reina le había pedido que continuase representando a Naboo como senadora, y la joven no había tenido corazón para negarse.

Aunque, siendo sincera consigo misma, tenía que admitir que tampoco había sido un gran sacrificio. La política era su vida, lo había sido desde que tenía uso de razón. No se imaginaba haciendo otra cosa. Y en aquella soleada mañana, viendo a la gente ir de un lado a otro contenta y tranquila, y sabiendo que en parte, ella había contribuido a que esa paz fuese posible, supo que no había ningún otro trabajo que quisiera realizar.

         Aquel viaje marcaría el inicio de su nueva tarea. Se dirigía a Coruscant, para proceder formalmente a su investidura como miembro del Senado Galáctico.

         - Casi hemos llegado, milady- dijo el capitán Panaka desde el asiento delantero.

         - Gracias, capitán- respondió ella. Miró al hombre con cariño. Panaka habría podido continuar como jefe de seguridad de palacio, protegiendo a la reina Jamila, pero en cambio había decidido permanecer al lado de Padmé. Era un retroceso en su carrera y ambos lo sabían, pero a él no parecía importarle. Sin embargo, a Padmé sí, y no iba a olvidar su generosidad hacia ella.

         Sentada junto a la senadora estaba Cordé, su amiga y guardaespaldas, ataviada con un espléndido vestido que contrastaba con la sencillez de la ropa de Padmé. Según lo acostumbrado durante sus viajes, Cordé actuaba de señuelo para protegerla. Como senadora, no habría sido apropiado que llevara una cohorte de asistentes como la que acompañaba a la reina, pero una sola muchacha no llamaba la atención. Y el capitán Panaka había insistido en tomar esa precaución, aunque Padmé no alcanzaba a imaginar qué clase de peligro podía correr en este viaje.

         Al fin y al cabo, en su nuevo cargo todavía no había tenido tiempo de enfurecer a nadie.

 

 

***

 

         - ¿No queréis descansar un poco, milady?- sugirió Cordé, una vez que las dos mujeres estuvieron instaladas en su lujosa cabina doble.

         - No estoy cansada, Cordé- respondió Padmé con una sonrisa, levantando la vista del datapad que tenía en las manos-. Acabamos de salir de Naboo, prácticamente. Ni siquiera hemos dado el salto al hiperespacio todavía.

         - Lo sé, pero el viaje promete ser largo y tedioso, y…- se interrumpió de pronto cuando una alarma comenzó a sonar furiosamente en la habitación y en los pasillos.

         - La alerta de proximidad- murmuró Cordé-. Alguien se acerca.

         En ese momento, una fuerte sacudida de la nave les hizo tambalearse. Varios objetos cayeron al suelo, y ambas mujeres tuvieron que sujetarse para no seguir el mismo camino.

         - ¿Qué ha sido eso?- exclamó Cordé.

         - La nave se ha parado- contestó Padmé en un susurro-. ¿Cómo es posible?

         Con la eficiencia fruto de los años de entrenamiento, Cordé sacó al instante su arma y adoptó una posición defensiva frente a su señora.

         - ¿Qué ocurre?- preguntó la Senadora- Cordé, ¿qué está pasando?

         - Ojalá me equivoque, milady- murmuró la joven, al tiempo que le tendía otra arma a Padmé-, pero creo que estamos siendo asaltados. Sólo hay una forma de detener una nave de forma tan repentina, y es con un rayo tractor.

         - ¿A esta distancia de Naboo?- se extrañó. Las dos mujeres se encaminaron hacia la puerta-. ¿Quién sería tan estúpido como para hacer algo así?

- Me temo que no estamos lo bastante cerca de casa como para recibir ayuda a tiempo, Senadora- repuso Cordé, sin que su tono de voz dejase entrever la preocupación que sentía-. Y todavía estamos demasiado lejos de la ruta de hiperespacio más próxima. En realidad, si existe un punto ideal para un abordaje, ahora mismo estamos en él.

Cordé abrió la puerta de la cabina y se asomó para inspeccionar el pasillo. Viéndolo desierto, le hizo una seña a Padmé y las dos salieron cautelosamente del cuarto. A lo lejos se oían gritos de pánico. Las dos jóvenes se acercaron a una escotilla, y vieron con espanto cómo un carguero de tipo corelliano, viejo, sucio y con el casco abollado y reparado un millón de veces, se colocaba sobre el esbelto Nubian y abría la compuerta de su bodega como una gran boca bostezante.

- ¿Crees que son esos mineros de especias otra vez?- preguntó la senadora en voz baja, haciendo referencia a los disturbios que, desde hacía algún tiempo, venía provocando un grupo de comerciantes, descontentos con las leyes que Amidala había establecido durante su mandato.

- Ojalá- contestó su guardaespaldas sombríamente-. Eso podría manejarlo el capitán Panaka con los ojos cerrados. Pero esto… esto está demasiado bien planeado, milady. Creo…

Se interrumpió cuando una nueva sacudida les obligó a buscar apoyo en la pared más cercana. El Nubian, arrastrado por el campo de tracción del carguero, se había posado sin muchas ceremonias en el interior de la bodega de éste. No tardaron en oírse los primeros disparos, unidos al chirriante sonido de las vibrocuchillas con que sus atacantes intentaban abrir un hueco en el fuselaje de la nave.

- Creo que son piratas, milady- terminó Cordé. Esta vez su voz ya no sonaba tan serena.

         Los ojos de Padmé se agrandaron de terror durante un segundo, pero reaccionó y controló el miedo. Ella también había recibido entrenamiento en técnicas de autodefensa, y estaba preparada para luchar por su vida si era necesario. Las dos jóvenes continuaron su camino por el pasillo, buscando una vía de escape o un escondite. Ya habían comenzado a dirigirse hacia la rejilla de ventilación del otro extremo, cuando de pronto una figura salió de detrás de un recodo y se plantó a su lado.

         Las dos se volvieron con extraordinaria rapidez apuntando hacia el hombre, pero bajaron las armas al ver que se trataba del capitán Panaka. Los tres exhalaron sendos suspiros de alivio al mismo tiempo.

         - Síganme- dijo escuetamente el hombre-. No tenemos mucho tiempo.

         Se dio la vuelta y comenzó a desandar el camino por el que había venido, escudriñando cada rincón con cautela. Cordé se situó detrás de Padmé, de modo que entre los dos podían protegerla por ambos flancos.

         Los ecos del combate que se desarrollaba en la nave se oían más cerca ahora. Los miembros de la tripulación del Nubian eran valientes y sabían luchar, pero a juzgar por los sonidos que les llegaban, estaban siendo superados rápidamente por los piratas.

         - Tenemos que intentar llevarla a una de las cápsulas de emergencia antes de que sea demasiado tarde, milady- decía Panaka-. Espero que aún estemos a tiempo.

         - Estamos dentro de la bodega de su carguero- le respondió Padmé-. ¿De qué va a servir la cápsula de emergencia si no podemos lanzarla?

         - Aún no se han cerrado las compuertas- contestó el hombre-. Es nuestra única posibilidad de ponerla a salvo, Senadora. Pero debemos darnos prisa.

         Continuaron avanzando con sumo cuidado, pero la esperanza se iba desvaneciendo de sus corazones a medida que el fragor de la pelea disminuía en intensidad. La escaramuza se terminaba, y ninguno de los tres era optimista con respecto a quién estaba ganando.

         El trío vio sus temores confirmados cuando, muy cerca ya de las cápsulas de salvamento, su camino fue bruscamente interrumpido por una fila de piratas que les cerraba el paso.

         - ¡Corran!- gritó Panaka, blandiendo su arma y empezando a disparar. Cordé agarró a Padmé por un brazo y tiró de ella, dándose la vuelta para huir por el otro lado. No habían dado más de dos pasos cuando otro grupo de bandidos apareció por el extremo opuesto del pasillo, cortándoles la retirada. No había ninguna puerta, ninguna salida, ningún escondite tras el que parapetarse y presentar batalla. Estaban atrapadas.

         Padmé y Cordé recorrieron con la mirada el heterogéneo círculo que las rodeaba. Humanos, rodianos, gamorreanos e incluso un bothan, todos apuntando hacia ellas sus desintegradores, las observaban con una mezcla de codicia y triunfo en los ojos. En el suelo, a los pies de Padmé, el capitán Panaka yacía boca abajo, inmóvil. Una terrible pena se adueñó de las dos mujeres al verle, pero ambas contuvieron el impulso de acudir a su lado. Lentamente, sin hacer ningún movimiento brusco, la senadora y su guardaespaldas dejaron caer sus armas.

         Todo había quedado en silencio, un silencio que era mucho más terrorífico que el estruendo de antes. Padmé pensó, con una punzada de dolor, que probablemente toda la tripulación al completo había sido asesinada o capturada. Y ahora les había llegado el turno a ellas.

         De las dos posibilidades, no sabía cuál era la que le daba más miedo.

         Varios piratas de los que estaban frente a ellas se apartaron para dejar paso a un humano alto y corpulento, a todas luces el jefe de la banda, quien avanzó hacia el interior del círculo formado por sus mercenarios. El hombre tenía la piel bronceada y el negro cabello muy corto, y su rostro era tan bello que habría resultado femenino de no ser por la fortaleza de sus pómulos y su mandíbula. Caminaba erguido y se movía con la gracia de un príncipe. Sus ropas eran de ostensible mejor calidad que las del resto de la banda, y se ajustaban a su cuerpo resaltando su poderosa musculatura. Habría podido ser un hombre devastadoramente atractivo, si no hubiera sido porque tenía los ojos más fríos y despiadados que Padmé había visto jamás, de un gélido color gris plateado, y tan carentes de emoción como los de un androide.

         El hombre las miró de arriba abajo apreciativamente durante unos momentos.

         - Lleváoslas- fue lo único que dijo, antes de darse la vuelta y marcharse por donde había venido.

         En respuesta, dos de los piratas se acercaron a ellas, extrayendo unas pistolas aturdidoras de sus cinturones. Las muchachas apenas tuvieron tiempo de registrar un breve acceso de pánico antes de que las descargas las dejaran sin sentido.

 

***

 

         El capitán Panaka sabía que iba a morir. Lo percibía en el dolor que inundaba cada centímetro de su cuerpo, en el agónico esfuerzo que suponía cada respiración, en el cansancio que amenazaba con vencerle, y que hacía que la negrura de la inconsciencia le resultara cada vez más atractiva.

         Pero aún no estaba muerto. Y mientras le quedase aliento, no iba a darse por vencido.

         Había escuchado cómo los piratas se llevaban a Cordé y a la senadora Amidala, pero no había podido hacer nada por evitarlo. Intentar algo en esas circunstancias sólo habría servido para que le remataran en el acto, y con ello se habría perdido la última posibilidad de que las dos mujeres pudieran ser rescatadas. De modo que se había concentrado en seguir respirando, tratando de no oír lo que ocurría a su alrededor, de no reaccionar, hasta que se hizo el silencio.

         Panaka comenzó a arrastrarse penosamente por el pasillo, siguiendo los pasos del grupo de rufianes. No había necesidad de ser cauto ahora, pues no quedaba ya nadie en el Nubian que pudiera descubrirle, pero tampoco el hombre estaba en condiciones de serlo, aunque lo hubiera necesitado. Sabía que tenía que darse prisa. Si los piratas habían ido en busca de mujeres, entonces la nave no les servía para nada, y probablemente se desharían de ella de un momento a otro.

         Lenta y trabajosamente, Panaka llegó hasta el agujero que sus asaltantes habían abierto en el fuselaje del Nubian. Se llevó una mano temblorosa al cinturón y extrajo un pequeño localizador. Lo activó, y con sus últimas fuerzas lo arrojó hacia la bodega del carguero, rezando a todos los dioses que conocía para que cayese en algún lugar poco visible.

         Antes de que el dispositivo tocase el suelo metálico, adhiriéndose a él mediante sus imanes, el capitán Panaka ya había muerto.

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